Los pollos de la señora Logadi, cuando percibieron el falcón a las alturas, echaron gritos horribles, avisando a la sociedad y a la autoridad.
Su voz la resonaron los pollos vecinos y la voz de ellos la resonaron los pollos más lejanos, de modo que en toda esa región campiña se oyó el lamento de la gallina, desesperado como el de la mujer.
Pensarías que había llegado el fin del mundo.
Pero mientras los pollos estaban llorando, el halcón en las alturas continuaba imperturbable su vuelo. Estaba seguro de que la ley del más fuerte no iba a ser abolido.
Se había centrado justo por encima del gallo favorito blanco de la Señora Logadi. Cuando el corrió y se escondió, el halcón hizo sus giros sobre otro patio, buscando la víctima que le pertenece.
El cielo bañaba su vuelo tranquilo en el más tierno luz azul y la espada imperturbable de sus alas tanto armonizaba con la paz divina que el universo tenía, que el clamor del pollo era un ruido molesto en una sinfonía tan silenciosa.
El grito desesperado hizo el jardinero de correr fuera con su escopeta doble. Apuntó al pájaro en el aire con su ojo inequívoca y lo disparó.
Era un tirador experimentado. El halcón cayó. Pero no traicionó su historia. Cayó con impetu con el pico hacia la tierra, como cuando se ataca a la victima.
Una de sus alas y su abdomen estaban pintados en la sangre.
El jardinero lo levantó y lo llevó a la Señora Logadi, la cual, de esa manera, encontró en su tranquila vida una aventura.
Por primera vez sucedió que ella se enfrentó con un animal salvaje y raro!
Esta paradoja la hízo sentir, después del primer sobresalto, una gran ternura y provocó en ella el soberbio pensamiento de cuidar el enemigo de su propiedad, con el fin de mantenerle en vida.
Corrió y trajo bálsamo para su herida. El jardinero empujó el halcón dentro de una gran jaula vacía de perdiz.
- Atención! exclamó la señora llena de afecto. No lo torturas! Cerraron la jaula.
El halcón se inclinaba hacia un lado y permanecía inmóvil. - ¡Cómo debe estar sufriendo, alas! Dijo, metiendo ligeramente su mano dentro de la jaula.
Pero mientras se estiraba para acariciarlo, el halcón giró y la dió una picadura fuerte en su dedo gordo, cerca del anillo brillante del matrimonio. Asustada, sacó su mano fuera.
Al poco tiempo que intentó de nuevo a hacer lo mismo, el pájaro se giró otra vez su pico y la mostró con su actitud que no iba a permitir ni que lo acarician, ni que lo curan, ni que lo tocan.
¿La tierna entonces devoción suya sería desperdiciada?
Es vicepresidenta de la asociación femenina de caridad en la ciudad 'El Santo Pantaleón'. Ha beneficiado muchos.
Hospitalizó pacientes pobres. Gastó dinero. Simpatizó. Por primera vez vió un herido a despreciar la caricia y el bálsamo de su mano blanca!
Cerraron la jaula. Tiraron a través de los alambres comida, agua; y dejaron allí el halcón toda la noche, con la idea que por la mañana lo encontrarían más tranquilo.
Por la mañana se lo encontraron todo como lo habían dejado. El halcón estaba en la misma postura. Su comida en la misma. Del agua no faltaba ni gota. No tocó nada, no debía nada a los humanos.
Solo mantenía el enfado y la soledad, lo que era suyo. Toda conciliación con su enemigo la negó y le tiró a la cara la clemencia.
Inmóvil en su posición, igual como era ayer, apretando su dolor, con el fin de no caer a la clase de los que se estan quejando y para que nadie le compadezca,
mantenía en sus limpios ojos redondos y en su garra de acero la grandeza dominante de los pajaros que traen la muerte.
Y mientras se mantenía así, salía de su cuerpo el odore de la herida que empieza a pudrir.
Volviendo al mediodía de la asociación de caridad la Sra. Logadi, encontró en el camino el juez mas anciano del tribunal.
El juez mas anciano, con muchas arrugas, muchos conocimientos, gran gimiendo y profunda misericordia para los que condena, iba a su paseo regular por el campo, para reunirse con las grandes personas del país, como solía decir, los árboles, las colinas y las piedras.
De la veladas de la Sra. Logadi estaba ausente, proyectando con gran delicadeza como excusa sus sobres y sus neuralgias.
Hablaba poco y contestaba a menudo, como asombrado, con su habitual '¡Ahh!'.
- No sabe usted lo que me pasó ayer, le dijo la Sra. Logadi. Tengo un halcón vivo. - ¡Ahh! hizo el juez.
- Pero está herido. Está en la jaula. No vivirá. - ¡Ahh! hizo el juez otra vez.
- No recibe comida. Tampoco remedios. ¡Quiere morir! - ¡Ahh! Que pesimista!
- No acepta nada. Estoy muy frustrada. No puedo hacer nada por ello. - ¡Ahh! No hay nada que puede hacer por ello? Un señora filántropa? ¡No lo puedo creer!
- Pero le estoy diciendo que no acepta nada, nada. ¿Qué puedo hacer por él? - Debería matarlo. - ¡No me lo diga usted!
- Los seres fuertes, señora mia, este beneficencia están esperando de nosotros. - ¿Y me lo esta usted diciendo? ¿Cómo puedo hacerlo?
- El azúcar es para los canarios, mi señora. El disparo es apto para los seres fuertes. ¿Pero es la primera vez que usted se llega a conocer los seres fuertes? Estos seres no conocen conciliaciones. O ganan o mueren.
Se despidió de ella y fue para continuar su cura.
A partir de ese momento la dama filántropa perdió su paz! Al escuchar las palabras del juez, recordó los ojos del pájaro que la estaban mirando sin súplica.
Y mientras regresaba a casa, recibió en el camino unas visitas sin invitación.
Llegáron en su mente algunas calumnias contra ella... Antiguas calumnias. No eran calumnias tampoco. Eran tonterías. Caían en el primer soplo. Ella rió cuando las oyó por primera vez y se olvidó de ellos.
¡Pero hoy volvieron de nuevo! ¡Y no se van a ir! Es extraño como funciona nuestra mente, que cosas saca de sus profundidades. ¿Por qué las está recordando?
Se desconoce quién y por qué dijo una vez que a la señora le gusta más y por encima de los enfermos un consultor joven de la asociación...
Y un otro dijo: '¿Pero de verdad ha trabajado jamas ella en la asociación? ¡Ella hace solo ruido! De la asociación ella esta ganando dinero!'
Ella rió cuando estas palabras llegaron a sus oídos. ¡Que poco conozía de ese mundo!
Es conocido que ella ha dado de su propio bolsillo, del bolsillo, de su marido, grandes cantidades y que intereses personales ella no tiene, en este mundo al menos.
- tal vez tiene tales intereses en la futura vida, porque, en la estrella que se iría después de la muerte, ella desea, realmente, que su alma recibe los intereses de esos capitales.
Sin embargo, al recordar ahora las tonterías que se habían dicho, la mordió hasta las profundidades de su alma.
Se detuvo. Cambió camino. Se le vino a la mente, a correr, a buscar, ese mismo momento, para descubrir el desconocido envenenador, y echarle en la cara su obra..., su magnanimidad..., sus perdidas..., su reputación..., su desprecio...
De cerrar su casa... De cesar cada contacto con la sociedad!
Es imposible reconocer a si misma hoy. '¿Que me pasa?' piensa. ¿Que? ¿No es ella la dama más feliz de la provincia?
¿La casada con el peletero más rico de la región? ¿Con las begonias bonitas? Con su banca privada en la iglesia? Con las donaciones en la escuela para mujeres? Con el cochecito rápido que se va a las fincas?
No es la dama mundana, que dentro de su salón abierto los empleados del país mataron el monstruo de la noche campesina, jugando los juegos virtuosos del anillo y del juego que revela los secretos?
'¿Que me pasa?' pensó. Y prosiguió de nuevo hacia su casa.
Pero la tentación la hizo pasar por delante de la pastelería mundana
- y entonces otras visitas, otras sombras, otras mordeduras, vinieron a ella en este misterio, que se llama alma y responde a todas las cosas inanimadas.
Inmediatamente pensó el gran dulce del horno, que solían tomar después del paseo aquí las damas mundanas del país, un cuarto de hora antes de la comida, y la difamación infinita que seguía su masticación.
Recordó como solían chismear no por maldad, sino por inacción, cualquier cosa que no es suya y no se convierte en su juego,
formatos, almas, temperamentos, amores, cualquier cosa que es obra de Dios y del destino, cualquier cosa que no es insignificante;
Y, dentro de estas cosas, cotillean su velada - donde estaban invitadas- , su vestido, su hija, su caridad, su marido, su vajilla,
mientras en ese momento, si ella misma entra, se levantan y la abrazan apasionamiente.
En ese momento se encontró con la sociedad, con la vanidad, con el zero!
Entonces giró y vio la ciudad desesperadamente pequeña. Miró otra vez a la plaza con los atriles vueltos hacia abajo de la filarmónica ronca, los tejados, el paisaje.
Sintió el tiempo infinito. Y le pareció que todos los odios, los que había deprimido todo ese tiempo en sus profundidades cristianas, estaban dentro de ella. No estaban borrados. Quieren vivir.
Son sangre de su sangre, alma de su alma! Préstamos silenciosos, pero inmortales, como ellos de los buenos usureros, que hoy se quejaron.
¡El halcón! ¡Sus ojos! Siempre le están mirando. ¡Ahh! ¡Cuánto difícil es la la bondad, cuánto imposible es el amor!
Y ella, que la llenaba siempre el miedo de morir y se preocupaba por su destino en la otra vida, partió ahora mismo hacia las dudas.
Y se pregunta a si misma: 'No es mas bonito para el ser humano de tirar con furia a su vida, como el halcón, en lugar de mendigar la estimación de los demas y a no conseguirla?'
Pensó sobre los cipreses del cementerio (les conoze uno por uno), verticales y densos.
Vio su tumba años después... Tres letras quedan de la inscripción... Lleno de hierba... Todo olvidado...
Un saltamontes se golpeó alli y voló...
El sol, el mismo sol que lo vio todo y lo verá todo, brilla sobre esa catastrofe, como también brilla sobre las alegrías... Un poco de cotilleo y luego olvido...
¡Ahh! ¿Por qué tenía que ser irreconocible hoy! hoy!
En vez de seguir adelante hacia la casa, se fue al obispo.
- Eminencia... - ¿La Sra. Logadi aqui? Para la asociación debe usted haber venido... - No, Señor. - ¿Entonces?
- No se... Algo os preguntaré. Pero es relacionado con cristianismo... No se como decirlo, tengo a veces preguntas...
¿Debemos, su eminencia, perdonar nuestros enemigos? ¿Todos nuestros enemigos?
- ¡Usted se esta preguntando! dijo el obispo. Os responderé. Lo bueno merece mantenernos ocupados. El malo no.
El malo no es nada. Incluso el malo mayor no existe. Es el malo.
El malo lo puede hacer cualquiera. Incluso un scoprio. Y un gato. Y una piedra.
Entonces nunca tiene importancia. Y la cosa que no tiene importancia, no se la fija nadie.
Y a nuestros enemigos, que hacen esfuerzo para hacer una cosa tan insignificante, no es posible a tomarlos en serio. Por eso por piedad los amamos!
Ya está. El resto lo diré en mi sermón del Jueves. ¿Está usted de acuerdo? No parece usted estar de acuerdo! Pero, ¿qué os pasa?
- No me malinterpretéis! Gracias... dijo y le besó la mano.
Cuando salió de allí, andaba algo optimista. Empezó a arrepentirse por su extraña alteración.
Además estaba esperando... Esperaba que algo diferente encontraría, cuando llegaría.
Esperaba que el destructor de su psicología cristiana, el halcón, habría aceptado a ser domesticado y ser acariciado, de modo que el orden de las cosas no cambiaría al minimo...
Se equivocó. Un buen animal dañará a los demás! Pero no traicionará su raza. Y así es como sucedió.
Al llegar la dama filántropa a casa, preguntó por fuera al jardinero: - ¿Cómo está? - ¡Igual!
Se acercó. El halcón la miraba siempre con los dos bolitas redondas de sus ojos, sangriento, enojado, hambriento e inmóvil.
FIN