«Bueno es guardar los secretos del rey, pero glorioso es revelar y predicar las obras de Dios». Así dijo el ángel a Tobit después de la paradójica curación de sus ciegos ojos y después de todos estos peligros que pasó y de los que fue rescatado, gracias a la devoción que tenía.
Porque, el hecho de que alguien no esté guardando el secreto del rey es peligroso y devastador; pero al guardar silencio sobre las maravillosas obras de Dios, está poniendo su alma también en peligro.
Por esta razón yo mismo, como temo las consecuencias que el silenciamiento tiene de las obras de Dios, y porque reflexiono sobre el castigo que espera al sirviente, quien, después de haber recibido el talento por el Señor lo escondió en la tierra, sin realizar ningún comercio con ello, de ninguna manera callaré y esconderé una sagrada historia que me ha llegado.
Y que nadie dude de mí, sobre si escribo precisamente lo que he escuchado, ya sea porque piensa que estoy diciendo cosas completamente extravagantes, ya sea porque está impresionado por el contenido paradójico del asunto. Porque, que nunca me pase a mi a decir mentiras sobre cosas sagradas y adulterar una narración dentro de la cual es mencionado Dios.
Y cuando alguien piensa con pequeñez y de una manera indigna de la grandeza del Verbo de Dios encarnado, y cuando no cree en lo que se dice en cuanto a la grandeza de Dios, esto no me parece nada razonable.
Pero si hay algunas personas que leerán esta biografía y el contenido paradójico de la historia alegadamente los sorprenderá y no van a querer fácilmente creelo, que el Señor tenga misericordia de ellos. Porque por supuesto, ellos también están atados en la enfermedad de la naturaleza humana, y consideran como difíciles de creer las cosas que se dicen sobre la gente de Dios.
Vengo por lo tanto a la narración de una historia que sucedió en nuestra época; un hombre de Dios me la contó, un hombre que desde la edad de la niñez había aprendido a hablar y actuar según la voluntad de Dios.
Y espero que los lectores no serán inducidos a la incredulidad, porque tal vez piensan que es imposible en nuestra época que un tal milagro se ocurra. Porque la Gracia del Espíritu Santo está entrando en las almas santificadas en todas las épocas, y produce profetas y amigos de Dios, como nos enseñó Salomón.
Pero es hora ya de empezar esta sagrada narración.
En los monasterios de Palestina una vez vivió un monje sacerdote, quien fue bendecido con vida y palabra santa y quien desde su infancia fue criado en los modos y costumbres de los monjes. El nombre de este anciano era Zósimo.
Y que nadie piense que debido a la sinonimia del nombre Zósimo, que me refiero a ese otro Zósimo quien fue una vez acusado de ser heterodoxo en la doctrina; porque ese es otra persona y es grande la diferencia entre los dos, aunque ambos tenían el mismo nombre.
Este Zósimo por lo tanto, el Ortodoxo, era hieromonje en uno de los monasterios de Palestina, practicando todo tipo de regla ascética y siendo capaz para todo tipo de abstinencia. Se adhería a cada regla que le había sido dada por aquellos que le habían iniciado a las labores espirituales, y por su cuenta había pensado muchas más formas de esfuerzo espiritual, en su esfuerzo por subyugar la carne a la voluntad del espíritu.
Y no falló en su meta. Porque el anciano era tan renombrado por su vida espiritual, que muchos monjes de los monasterios vecinos, y muchas veces también de lejanos, venían a él a convertirse en sus aprendices y a través de su enseñanza a ser guiados y dirigidos hacia la abstinencia.
Y aunque el anciano era tan bueno en la práctica ascética, sin embargo nunca descuidó el estudio de las Divinas Escrituras, e incluso cuando estaba dormido y cuando estaba despierto y cuando sostenía su obra manual en sus manos y cuando estaba comiendo, si por supuesto es posible llamar alimentación las migajas que él estaba comiendo, una obra única constantemente tenía, que nunca terminaba, a cantar siempre de Dios y a estudiar siempre las Divinas Palabras.
De hecho dicen, que muchas veces al anciano se le concedía el honor de ver visiones divinas, y que la iluminación divina estaba llegando a él. Y esto por supuesto no es sorprendente ni increíble, porque como dijo el Señor, bienaventurados son los puros de corazón porque ellos verán al Dios.
Es decir, los que han purificado su carne y siempre están vigilando con los ojos de su alma en alerta, pueden tener visiones de la iluminación divina, recibiendo así ya en esta vida las promesas para el bienestar que disfrutarán en el futuro.
Zósimo estaba diciendo por lo tanto, que se había dedicado en este monasterio, ya desde el seno de su madre, y que con todas sus fuerzas pasó por la vida ascética dentro de ello hasta el quincuagésimo tercero año de su vida.
Luego, como decía, estaba perturbado por algunos pensamientos, que supuestamente se había vuelto perfecto en todo y que absolutamente ya no necesitaba instrucción de cualquier otro ser humano. Y como decía, así estaba pensando por su cuenta:
Me pregunto, ¿hay algún monje en la tierra quien tiene algo que enseñarme que es desconocido para mi o que me pueda beneficiar con algún tipo de ascetismo, que aún no conozco o que no he logrado? Me pregunto, ¿se puede encontrar alguien de aquellos que practican el ascetismo en el desierto, quién me supera en la teoría o en la práctica?
Y mientras el anciano estaba pensando así, un ángel del Señor apareció y le dijo: Zósimo, has luchado valientemente, dentro de lo que esto está en el poder del hombre, y has caminado con éxito el camino ascético; sin embargo, nadie es perfecto entre los humanos, porque aunque vosotros no lo sabéis, las luchas que están por venir son más grandes que esas que ya habéis pasado.
Para que lo sepas, por lo tanto, cuántos otros caminos existen que conducen a la salvación, «sal de tu tierra natal y de tu parentela y de la casa de tu padre», exactamente como lo hizo Abrahán, ese más venerable entre los Patriarcas, y ven a ese monasterio que se encuentra cerca del río Jordán.
Inmediatamente por lo tanto el anciano, siguió al ángel que estaba dando la orden, y salió del monasterio, en el cual había vivido como un monje desde la edad de su niñez, y cuando llegó al río Jordán, el mas santo entre todos los ríos, fue conducido al monasterio, donde Dios le había mandado ir.
Así que después de golpear con la mano a la puerta del monasterio, encontró primero el monje quien vigilaba el portón exterior y ese monje le presentó al abad del Monasterio. Después de haberle dado la bienvenida y le encontró en su apariencia y modales de estar lleno de reverencia, y después de que Zosima se inclinó en postración y recibió la bendición, como es costumbre entre los monjes, le preguntó: De donde vienes hermano y por qué has venido a nosotros los humildes ancianos?
Entonces Zósimo respondió: No creo, padre, que es necesario decir de dónde vengo, pero he venido con el propósito de mi provecho espiritual. Porque he oído sobre vosotros cosas grandes y dignas de alabanza que pueden llevar el alma muy cerca a Cristo, nuestro Dios.
Y el abad le dijo: Nuestro Dios, hermano, Quien puede curar la enfermedad humana, solo Él puede enseñar los mandatos divinos tanto a ti como a nosotros y conducirnos a todos a hacer lo que debemos; porque el hombre solo no puede beneficiar otro hombre, si cada uno no se vigile a sí mismo y no está trabajando justamente manteniendo su mente siempre alerta, y contando con la ayuda de Dios en todo lo que está haciendo.
Sin embargo, porque, como dijiste, el amor de Dios te ha motivado para venir y ver a nosotros humildes ancianos, quédate con nosotros, si por supuesto por esta razón has venido, y el buen pastor con la Gracia del Espíritu Santo nos alimentará a todos, Él que dio Su vida para salvarnos y conoce Sus propias ovejas y los está llamando por su nombre.
Estas cosas dijo el abad a Zósimo, que se inclinó una vez más en postración y pidió la bendición y después de que agregó el «Amén», se quedó en ese monasterio.
Allí conoció ancianos quienes estaban brillando en la acción y en la contemplación de Dios, llenos de entusiasmo en la vida espiritual y practicantes la voluntad de Dios; porque allí había salmos incesantes con vigilias que duraban toda la noche y siempre tenían en sus manos su trabajo manual y los salmos en su boca.
Palabras ociosas no se oían entre ellos, y la preocupación por las cosas materiales no les tocaba. Los ingresos anuales y las preocupaciones que son más adecuados para gente que luchan por esta vida, no les eran conocidos ni por su nombre. Todos enfocaban sus esfuerzos en un objetivo único, como desensibilizar los deseos del cuerpo, siempre y cuando su cuerpo ya habia muerto por el mundo y no existía por los asuntos del mundo.
Como su constante comida tenían las palabras divinas y estaban sosteniendo su cuerpo con solo los necesarios, es decir, a pan y agua, en analogía con el fervor que la llama del amor divino estaba dando a cada uno.
Viendo esto, Zósimo, estaba encontrando un gran beneficio, como estaba diciendo, progresando continuamente en la virtud e intensificando la lucha ascética y encontrando colaboradores quienes estaban construyendo el paraíso divino dentro de sí mismos.
Después de que muchos días habían pasado, llegó la época del año, durante la cual existe una tradición entre los Cristianos a practicar el santo ayuno que los prepara para adorar la pasión divina y la resurrección de Cristo con conciencia limpia.
La puerta del monasterio se mantenía siempre cerrada y no se abría nunca, para que los monjes permanezcan imperturbables en su ascetismo. Solo se abría, si algún monje estaba visitando el monasterio por alguna necesidad importante. Porque el lugar no solo era recluso y difícil de atravesar pero también era desconocido a la mayoría de los otros monjes.
Desde los viejos tiempos en el monasterio estaban siguiendo esta regla, y fue a causa de esta regla, como creo, que Dios guió a Zósimo para llegar a ese monasterio. ¿Cuál era la regla, por lo tanto, y cómo la practicaban, voy a decir a continuación:
El Domingo de la primera semana del Gran Ayuno de Cuaresma, estaban celebrando, como de costumbre, la Divina Liturgia y todos participaban al los misterios inmaculados y vivificantes y luego, según la costumbre, también comían un poco de comida.
Luego todos los ancianos se reunían en la Iglesia y después de orar de rodillas por algun tiempo, se besarían mutuamente y se inclinarían en postración ante el abad pidiendo su bendición, para tenerla como colaborador y compañero de viaje en la lucha espiritual que estarían comenzando.
Cuando estos habían llegado a su fin, la puerta del monasterio se abría y todos juntos cantando «El Señor es mi luz y mi salvación; ¿de quién podré tener miedo? El Señor defiende mi vida; ¿a quién habré de temer?» y el resto del salmo, todos saldrían del monasterio.
Solo dejarían a uno o dos hermanos atrás que se quedarían en el monasterio, no para guardar las cosas que estaban dentro -porque no tenían nada que podría interesar a los ladrones- sino para el Templo de la Iglesia, para no quedarse sin liturgia.
Cada uno de ellos se estaba ocupando con su propia comida, como podía y como quería; otro llevaba pan proporcional a la necesidad de su cuerpo, uno llevaba higos secos, otro llevaba dátiles, otras legumbres remojadas en agua y otro no llevaba nada sino solo su propio cuerpo y la ropa modesta que llevaba puesta, y cuando la necesidad natural le apremiaría, él comería de las hierbas que crecen en el desierto.
Y todos tenían como su única regla y ley que mantenían inviolable, que nadie sabría cómo el otro ayunaba o cómo vivía. Porque después de haber pasado el río Jordán, inmediatamente se separarían uno lejos del otro, y cada uno tenía el desierto como su morada y nadie iría hacia el otro para reunirse con el.
Pero incluso si alguna vez acontecía que alguien veía el otro viniendo hacia él, inmediatamente cambiaría de dirección y se movería a otro lugar. Vivían solos por lo tanto cantando continuamente a Dios y recibiendo cantidad mínima de comida.
Así los estaban pasando por lo tanto todos los días del ayuno, y volverían al monasterio en el Domingo de Ramos, una semana antes la resurrección del Salvador.
Así que cada uno de ellos regresaría llevando consigo el fruto de su labor y solo su conciencia sabría de qué manera había trabajado. Y nadie le preguntaría nunca al otro, cómo o de qué manera había luchado durante ese período. Esta era la regla del monasterio y de esta manera la practicaban fielmente.
Porque cada uno de ellos que se iba al desierto, lucharía por su cuenta, bajo la mirada de Dios que pone el escenario, y de esta manera se liberaría de la necesidad de ser gustado por la gente y de hacer gala de su ascetismo. Porque las obras que se hacen solo para los ojos de la gente y para que alguien sea del agrado de la gente, no solo no benefician de ninguna manera él que las está realizando sino que se vuelven para él una causa de gran daño.
Entonces Zósimo también, conforme a la costumbre del monasterio, cruzó el río Jordán, llevando algunas provisiones con él para las necesidades del cuerpo y el vestido viejo que llevaba puesto.
Estaba practicando la regla atravesando el desierto durante el día mientras dormía durante la noche acostando en la tierra dondequiera la noche le encontraría. Al amanecer volvería otra vez a caminar siempre manteniendo acelerado su ritmo de caminar.
Como estaba diciendo, había deseado ir al desierto esperando de encontrar algún día algún padre quien moraría en el desierto, quien podria ayudarle en el cumplimiento de su deseo. Por esta razón caminaba rápido y con ganas, como si corriera hacia un vivienda importante y familiar.
Caminó veinte días, y en el día veinte alrededor de la sexta hora, detuvo por un poco su andar y después de haberse vuelto hacia el este, recitó sus oraciones habituales. Porque solía detener su andar apresurado en determinadas horas del día y a descansar un rato, ya sea cantando a pie o rezando de rodillas.
Mientras cantaba y miraba continuamente al cielo, vio hacia el lado derecho del lugar en donde estaba parado una sombra apareciendo, que parecía como si fuera de cuerpo humano.
Al principio se inquietó y se asustó mucho, pensando que estaba viendo un fantasma demoníaco. Pero después de que se selló a sí mismo con la señal de la cruz y expulsó el miedo, y como que su oración ya había llegado a su fin, giró la mirada y efectivamente vio a alguien caminando hacia el sur.
Ese cuerpo que estaba viendo estaba desnudo y bronceado como quemado por el sol, y en la cabeza tenía unos cabellos blancos, como la lana del cordero, que solo llegaban hasta el cuello.
Tan pronto, por lo tanto, como Zósimo vio eso, se emocionó y se llenó de alegría del espectáculo paradójico, y empezó a correr hacia la misma dirección por donde también el cuerpo que estaba viendo avanzaba apresuradamente.
Su alegría fue indecible, porque durante todo ese tiempo de estos dias no había encontrado a un hombre o animal o pájaro, ni siquiera su sombra. Quería saber por lo tanto quien era y de dónde venía la persona que estaba viendo, esperando que se convirtiera en testigo de algunos grandes misterios.
Tan pronto como esa persona percibió la presencia de Zósimo que venía a una distancia, se puso a correr hacia el interior del desierto. Entonces Zósimo también empleó toda su fuerza, como si había olvidado su vejez, y sin tomar en cuenta en absoluto su cansancio de tanto caminar, porque tenia prisa por alcanzar al que le estaba evitando.
Y mientras él corría para alcanzarle, el otro se escapaba como perseguido. Zósimo sin embargo era más rápido y poco a poco se acercaba al que huía. Y cuando finalmente se acercó lo suficiente, y ya podía ser escuchado, comenzó a gritar con lágrimas y a decir:
¿Porque huyes de mi, el viejo pecador que soy, oh siervo del Dios verdadero? Espérame, quienquiera que seas, hazlo por Dios, por Quien has habitado en este desierto; espérame, el débil e indigno, por la esperanza que tienes que recibirás compensación por este gran esfuerzo tuyo; pare y dame tu oración y bendición a mi el viejo, hazlo por Dios, que nunca se aparta de nadie.
Y mientras Zósimo decía estas cosas con lágrimas en los ojos, y mientras ambos estaban corriendo se encontraron en un lugar, que por su forma parecía como si fuera un torrente seco. No creo que de hecho una vez era un torrente, -porque cómo sería posible que se forme un torrente en esa zona- sino que sucedió esa zona a tener tal forma.
Cuando llegaron por lo tanto al lugar que mencionamos que parecía el lecho de un torrente, la persona que estaba huyendo bajó en el lecho del torrente y volvió a subir al otro lado, mientras Zósimo exhausto como estaba y sin poder correr más se detuvo en el lado opuesto derramando muchas lágrimas mientras sus lamentos desde muy cerca se podían ahora oir claramente.
Entonces la persona que huía habló y dijo: Abbá Zósimo, perdóname en el nombre de Dios, no puedo volverme atrás hacia ti y mirarte en la cara, porque soy una mujer y como ves estoy desnuda, y no tengo ropa para ponerme para cubrir la vergüenza de mi cuerpo.
Pero si de todos modos quieres conceder una oración a una mujer pecadora, lánzame la capa que llevas puesta para cubrir con ella mi debilidad femenina y entonces me volveré hacia ti y recibiré tus bendiciones.
Éxtasis entonces y horror se apoderó de Zósimo cuando escucho a esa persona llamándole por su nombre. Porque, como el anciano estaba experimentado en la percepción espiritual y lleno de sabiduría sobre los asuntos divinos, se dio cuenta de que no sería posible que esa persona le llame por su nombre, si no estuviera obviamente dotado con el don de la clarividencia, ya que nunca antes le habia visto y nunca antes había oído hablar de él.
Rápidamente por lo tanto ejecutó su solicidud y quitando la vieja y arrugada sotana que llevaba, se lo dio a ella lanzándolo hacia atrás. Ella lo tomó y se vistió a si misma todo lo posible y después de haber cubierto algunas partes del cuerpo, que necesitaban ser cubiertos más que los demás, entonces se dirigió a Zósimo y le dijo:
¿Por qué te pareció bueno, abbá Zósimo, a venir y ver una mujer pecadora? ¿Qué esperabas ver o aprender de mi y no te aburriste de hacer un esfuerzo tan grande?
Entonces el anciano se arrodilló y estaba pidiendo recibir la bendición, según la costumbre, pero como ella también se inclinó en postración, ambos permanecieron arrodillados en el suelo pidiendo cada uno a recibir bendición del otro. Y nada más decían ambos de ellos, pero sólo «Bendíceme».
Cuando había pasado mucho tiempo, la mujer le dijo a Zósimo: Abbá Zósimo, más bien te corresponde a ti a bendecir y orar, porque tú has sido dignificado por el orden sacerdotal y durante muchos años has estado sirviendo ante el santo altar y muchas veces te has ofrecido los Divinos Misterios.
Estas palabras causaron mucho miedo y angustia a Zósimo y como el anciano estaba asustado estaba sudando por todas partes y gimiendo y su voz estaba siendo interrumpida. Y dijo por lo tanto, sin aliento y con la voz temblorosa:
Oh Madre espiritual, se hace evidente por tu forma de vida que estás cerca de Dios y que en gran parte has muerto para el mundo. La gracia que te ha sido otorgada lo verifica eso, porque me llamas por mi nombre y me dices que soy sacerdote, incluso si nunca me has visto antes.
Y porque la Gracia de Dios no se reconoce por el rango de uno sino por la condición del alma, eres tú la que tiene que bendecirme por el nombre de Dios, y orar por mi, porque soy yo el que tiene necesidad de tu propia perfección.
Y dijo ella por lo tanto cediendo ante la insistencia del anciano: Bendito sea Dios que se preocupa de la salvación de las almas de los hombres.
Cuando Zósimo dijo el «Amén», ambos se pusieron de pie y la mujer dijo al anciano: ¿Por qué razón, oh hombre de Dios, has venido a mí la pecadora? ¿Por qué razón deseabas ver a una mujer quién está desnuda de toda virtud? Pero porque sin duda la gracia del Espíritu Santo te ha guiado, para ofrecerme algún servicio en el momento oportuno, dime, ¿cómo viven los Cristianos hoy? ¿Cómo viven los reyes? ¿Cómo está siendo guiada la Iglesia?
Entonces Zósimo le respondió: Por tus oraciones, oh madre, Cristo ha dado paz duradera para todos; pero, en el nombre del Señor, cumple la petición de un indigno anciano, y ora por el mundo entero y por mí el pecador, para que el tiempo que pasé en este desierto no sea infructuosa para mí.
Y ella le respondió: Abbá Zósimo, como dije, lo correcto es que tu deberías ser el que reza por mí y para todos nosotros, porque tu has sido elegido para esta obra ya que tienes el oficio del sacerdocio. Sin embargo, porque tenemos un mandato a practicar la obediencia, voluntariamente ejecutaré tu comando.
Cuando dijo estas palabras se volvió hacia el este y levantando sus ojos y extendiendo sus manos hacia el cielo, comenzó a orar susurrando. Su voz sin embargo no se oía claramente, y por esta razón Zósimo no podía comprender nada de lo que estaba diciendo en la oración. Estaba permaneciendo allí, lleno de miedo mirando al suelo y sin decir absolutamente nada.
Y estaba asegurando, invocando a Dios como testigo, que como la vio demorarse en la oración, levantó un poco sus ojos y vio que había sido levantada aproximadamente a un metro del suelo y a estar orando colgada en el aire.
Cuando vio esto se apoderó de él un miedo aún mayor y cayó al suelo, totalmente sudando y en gran agonía, y sin atreverse a decir nada, pero solo se repetía a sí mismo por mucho tiempo el «Señor ten piedad».
Y mientras el anciano yacía postrado en el suelo se sentía tentado por el pensamiento, si ella era algún espíritu y estaba fingiendo que estaba orando.
Entonces ella se volvió y levantó al anciano y le dijo: ¿Por qué, oh Abbá, estás permitiendo a los pensamientos que te molesten y te has escandalizado conmigo que supuestamente soy un espiritu y que pretendo estar rezando? Sepa que soy una mujer pecadora, aunque estoy protegida por el santo Bautismo, y que no soy un espíritu, sino soy tierra y cenizas y totalmente hecha por carne, sin pensar nunca por mi mismo cualquier cosa que sea espiritual.
Y mientras decía estas palabras, selló con el signo de la cruz, la frente, los ojos, los labios y el pecho, diciendo: Que Dios nos libre, abbá Zósimo, del maligno y de sus designios, porque es duro su poder contra nosotros.
Cuando el anciano oí y vi todo todo esto, se echó al suelo y tocando sus pies, dijo con lagrimas en los ojos: Te conjuro no escondas nada a tu esclavo, en el nombre de Cristo nuestro Dios, que nació de la Virgen, por el amor del Cual te has vestido en esta desnudez y por el amor del Cual has mortificado tanto tu propio carne.
Dime, quien eres, y de donde, y cuando, y de qué manera has venido y te has quedado en este desierto; y no me ocultes nada de todo lo relacionado contigo, pero en vez cuéntamelo todo, para divulgar de esta manera la acción maravillosa de Dios; porque como está escrito, «sabiduría oculta y tesoro secreto, ¿qué beneficio hay en ambos?».
Cuéntamelo todo, por amor a nuestro Señor; no me vas a contar estas cosas solo para presumir o para lucirse, sino para informarme a mi el pecador e indigno; porque yo creo que Dios, para Quien tu vives y para Quien te has convertido en ermitaña, por eso me guió en este desierto, para revelarme tu vida.
Nosotros humanos por lo tanto no podemos resistir a los planes de Dios, porque si no fuera del agrado de Cristo nuestro Dios para que tú seas conocida en el mundo tanto como tu lucha ascética, entonces no sólo no permitiría que cualquiera te viera, pero tampoco me fortalecería a mi a caminar tal distancia; porque nunca había pensado y tampoco era capaz a salir de mi celda.
Después de que abbá Zosima dijo esto y mucho más, la santa le ayudó a levantar y le dijo: Me siento avergonzada, abbá, perdóname, para narrarte la miseria de mis obras; pero como has visto mi cuerpo desnudo, asimismo te descubriré mis actos también, para que sepas con cuanta desgracia y verguenza está llena mi alma.
Yo no queria contarte mi vida, no porque, como has supuesto, podría haberme jactado de ella además, ¿de qué tengo que jactarme, ya que he sido el vaso de predilección en los manos del diablo?
Y yo sé que, si empiezo a narrar mi vida, te huirás de mí, como alguien huye lejos de la serpiente, porque no vas a soportar a escuchar con tus propios oídos, todos los males que he hecho.
Sin embargo, te lo contaré todo sin ocultar nada, después de que primero me asegures, que no te detendrás orando por mi, para que yo pueda encontrar misericordia durante el día del juicio.
Así que mientras de los ojos del anciano corrían incesantemente lágrimas, la Santa comenzó la narración de su vida, diciendo lo siguiente.
Mi tierra natal era Egipto. Mientras mis padres aún vivían y yo tenía doce años, renuncié a mi amor hacia ellos y me fui a Alejandría; y me avergüenza hasta pensarlo como al principio corrompí mi virginidad y como me desvié, incontrolablemente e insaciablemente, a la pasión de la prostitución;
pero sería más apropiado contar ahora todo eso en breve, para que sepas la magnitud de mi pasión hedonista.
Durante más de diecisiete años, perdóname Señor, era una tentación pública de la promiscuidad en el mundo, no tanto, digo la verdad, para ganar dinero, porque incluso cuando muy a menudo algunas personas querían darme dinero yo no lo aceptaría. Pensé sin embargo, a ofrecer gratis lo que yo misma deseaba, para atraer más hombres a acostar conmigo.
Y no deberias pensar que no estaba aceptando el dinero porque tenia de sobra, porque vivía de limosna o incluso muchas veces hilando hilos de lienzo; pero tenía un deseo insaciable y una pasión irreprimible por yacer en la inmundicia; y solo esto me parecia que era el verdadero vivir, el acto de practicar continuamente «la blasfemia contra la naturaleza».
Así que mientras yo vivía de este modo, un día de verano vi una gran multitud de hombres de Libia y Egipto corriendo en dirección hacia el mar. Entonces le pregunté a alguien quien estaba delante de mí; Me pregunto a donde van estos hombres que están corriendo? Él me respondió; todos ellos van a Jerusalén, para la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que se suele tener lugar en unos días.
Entonces yo le dije: Me pregunto si me llevarían con ellos, ¿si por supuesto quiero seguirlos? Él me respondió: Si tienes dinero para pagar tu billete y tus otros gastos, no hay nadie que te obstruiría.
Efectivamente hermano, le dije, no tengo dinero para pagar el billete y mis demás gastos; pero me iré yo también y subiré a bordo en uno de estos pequeños barcos que han fletado y ellos me van a alimentar incluso si no quieren, porque tengo cuerpo y lo tomarán en lugar de un billete.
Porque por esta razón quería viajar, perdóname Señor, para tener muchos amantes para la satisfacción de mi pasión. Te lo dije, abbá Zósimo, no me hagas que te cuente la fealdad de mis actos, porque me estremezco, el Señor lo sabe, ya que con mis palabras te contamino tanto a ti como al aire.
Zósimo le respondió mientras mojaba el suelo con lágrimas; Habla, oh madre, en el nombre del Señor, habla y no interrumpas la continuación de esta benéfica narración. Ella entonces comenzó a hablar de nuevo y añadió lo siguiente;
Ese joven entonces, después de haber oído mis palabras obscenas, partió riéndose. Yo entonces tiré la rueda para hilar -porque coincidió tenerla en mis manos en ese momento- y corrí hacia el mar, donde estaba viendo que los otros se dirigían. Entonces vi a algunos jóvenes allí de pie en la orilla, como diez o más de ellos, con sus cuerpos llenos de vigor y vivos en sus movimientos y me parecieron idóneos por lo que estaba buscando.
Como parece estaban esperando algunos otros compañeros de viaje, porque algunos ya habían embarcado en los barcos. Entonces yo invadí entre ellos, descaradamente como solía hacer, y dije: Llévenme con vosotros dondequiera que os vayáis, porque no voy a ser inútil. Luego dije palabras aún más obscenas y los hice a todos reír.
Cuando ellos se dieron cuenta mi capacidad para seducirlos a todo tipo de insolencia, me cogieron y me subieron al barco que estaba listo para partir y mientras tanto llegaron también los otros que estaban esperando.
¿Como te puedo contar el resto, oh hombre? ¿Qué lenguaje puede describir y qué oídos pueden soportar todo lo que paso en el barco y después, durante el camino? ¿Las cosas que yo, la miserable, estaba obligando a la pobre juventud hacer incluso cuando ellos no querían? No existe ningún tipo de lascivia, mencionable o no mencionable, para lo cual no me fui la maestra a estos pobres.
Y ahora estoy asombrada cómo el mar podría tolerar mi lascivia; cómo la tierra no abrió sus mandíbulas para que el infierno me comiese viva, por todas las almas que había atrapado. Pero, por lo que parece, Dios estaba buscando mi arrepentimiento, porque no quiere la muerte del pecador, sino que de forma magnánima aguarda para aceptar su regreso hacia Él.
Con tales actividades por lo tanto llegamos a Jerusalén. Y durante todos los días que me quedé en la ciudad antes de la fiesta, vivía de la misma manera, o más bien peor aún, porque no me contenté solo con los mozos que yo tenia y me servían en mi pasión durante el viaje, sino también contaminé muchos más, ciudadanos locales y también extranjeros, que estaba recogiendo para este propósito.
Y cuando finalmente llegó la santa celebración de la Exaltación de la Cruz, yo todavía estaba dando vueltas como antes cazando por almas de hombres jóvenes. Estaba viendo sin embargo desde la mañana todos corriendo hacia la Iglesia y así yo también fui corriendo con ellos.
Llegué pues con ellos en el patio del templo y cuando llegó el momento de la santa elevación, estaba empujando y siendo empujada alrededor de la entrada, tratando de entrar dentro junto con la multitud. Y hasta la puerta exterior, por donde todos entraban dentro del propio templo, donde alguien podría ver el vivificador Madero, con mucho trabajo y esfuerzo me acercaba, pobre de mí.
Pero tan pronto como daría un paso sobre el umbral de la puerta, mientras todos los demás estaban entrando sin ningún obstáculo, yo, por el contrario, estaba obstruida por algún poder divino que no me permitía la entrada. Porque una y otra vez me empujaban y me echaban para atrás y otra vez me encontraría sola parada en el patio del templo.
Y porque pensé, que esto se debía a la debilidad de mi naturaleza femenina, volvería a intentarlo tanto como podía para empujarme adentro, y de nuevo me mezclaría con los demás empujando y siendo empujada, pero estaba luchando en vano.
Porque otra vez, tan pronto como mi pie miserable pisaba el umbral de la puerta, mientras el templo admitía a todos los demas sin que nadie los obstruyera, solo a mí no me admitiría, y una fuerza me bloqueaba constantemente como si hubiera una multitud de soldados alineados con la orden de prohibirme mi entrada en el templo.
Tres o cuatro veces hice este intento y cuando finalmente estaba agotada y no podría empujar más y ser empujada, porque mi cuerpo estaba cansado del intenso esfuerzo, me retiré un rato y me fui y me paré en un rincón del patio del templo.
Y justo entonces sentí la causa que me impedía ver la Madera sagrada y vivificadora. Una Palabra salvadora tocó los ojos de mi corazon y me estaba revelando que la impureza de mis obras era la causa que estaba impidiendo mi entrada.
Empecé pues a llorar y lamentarse y a golpear mi seno y a soltar suspiros desde el fondo de mi corazón. Mientras lloraba, vi la imagen de la Santa Madre de Dios sobre el lugar en que estaba parada y mientras la miraba continuamente dije hacia ella;
Oh Señora Virgen, tú que diste la luz en la carne a Dios Logos, yo sé bien que alguien como yo que soy tan impura, para alguien como yo, llena de promiscuidad que soy, no es correcto ni lógico a mirar tu propia imagen, la imagen de la virgen eterna, de la casta, de la pura e inmaculada en el cuerpo y en el alma. Porque es justo que me odies, a mí la mujer pródiga, y aborrecerme por completo.
Pero porque, según he oído, por eso se hizo hombre el Dios que de ti ha nacido, para llamar a los pecadores al arrepentimiento, ayúdame a mi también que estoy sola y no tengo a nadie para ayudarme; solo da una orden para que a mi también se me permita pasar por la entrada de la Iglesia y no me prives de la oportunidad para ver el Árbol venerable, sobre el cual el Dios que diste a luz fue crucificado en la carne y dio Su propia sangre por mi salvación;
solo da una orden, oh Señora, que la puerta se me abra a mi tambien y te pongo a ti por fiador fidedigno en el nombre del Dios que le diste a luz, que nunca jamás volveré a injuriar esta carne mía con cualquier tipo de relación obscena.
Desde el momento en que voy a ver la madera santa de la Cruz de tu Hijo, inmediatamente abandonaré el mundo y todo lo relacionado con el y en el mismo momento me dirigiré a donde tú me vas a indicar y a donde tú me vas a guiar como fiadora de mi salvación.
Dije estas palabras y después de recibir la llama de la fe como un tipo de información en mi mente, y después de que me armé con valor apoyándose en la misericordia de la madre de Dios, salí de ese lugar donde estaba orando; y vine de nuevo y me mezclé con aquellos que entraban en la iglesia y ya nadie me empujaba, nadie me impedía acercarme a la puerta de entrada al templo. Entonces el terror se apoderó de mí y la sorpresa, y todo mi cuerpo se tambaleaba y estaba temblando.
Entonces, llegando a la puerta que hasta entonces estaba cerrada para mí, toda esa fuerza que antes me estorbaba, ahora me abría el camino para entrar. Así entré sin ningún esfuerzo y me encontré dentro del lugar santísimo y tuve el honor de adorar la vivificante Santa Cruz y vi los misterios de Dios y me sentí que tan dispuesto esta Dios para aceptar el arrepentimiento.
Así que después de que caí, la miserable de mí, sobre la tierra y adoré aquello terreno santo, Salí otra vez y corrí hacia ella que garantizó para mi. Y cuando llegué a ese lugar donde el manuscrito de la garantía había sido firmado, me arrodillé ante la eterna Virgen Madre de Dios, y oré con estas palabras.
Tú me has mostrado, oh Señora benévola, tu filantropía; no te diste la vuelta la oración de la indigna; vi gloria que nosotros, los prodigales, justamente no vemos; gloria a Dios que a través de su intervención acepta el arrepentimiento de los pecadores.
Porque que más puedo pensar o decir tan pecadora que soy? Ya es hora, oh Señora Madre de Dios, para cumplir el pacto que garantizaste. Guíame ahora donde quieras; sé mi maestra para la salvación, guiándome en el camino que conduce al arrepentimiento.
Y como estaba diciendo eso, escuché a alguien gritar desde lejos; Si cruzas el río Jordán, encontrarás buen reposo. Tan pronto como escuché esa voz, pensé que se había escuchado para mí y mientras lloraba grité y le dije a la Madre de Dios: Señora, oh Señora, no me abandones la pródiga. Y después de que dije eso, salí del patio del templo, y comencé a caminar.
Mientras salía, alguien que me vio me dio tres monedas. Yo las acepté, y compré tres panes con ellas que llevé conmigo en señal de bendición. Entonces le pregunté al hombre quien vendía los panes: ¿Cuál es el camino hombre, que lleva al río Jordán? Y después que supe la puerta de la ciudad que se dirigía a esa dirección, salí corriendo y con lágrimas en los ojos me puse a marchar.
Preguntando una y otra vez y después de caminar por el resto del dia, porque como supongo era la tercera hora del dia cuando vi la Santa Cruz, llegué, cuando el sol estaba por ponerse, al templo de San Juan Bautista, que está situado cerca del río Jordán.
Y después de adorar en el templo, bajé inmediatamente por el río Jordán y con sus aguas benditas me lavé mis manos y mi cara. También recibí el Cuerpo y la Sangre de Cristo en el templo de Juan el Precursor, y me comi la mitad de uno de los tres panes y después de beber agua del río Jordán, dormí la noche acostando en el suelo.
El día siguiente encontré un pequeño bote y pasé al otro banco, y de nuevo le pedí a mi guía a guiarme donde fuera de su agrado. Vine a este desierto por lo tanto y desde entonces hasta hoy vivo aquí lejos del mundo, recibiendo con gratitud a mi Dios que salva de la desazón y la tempestad todos los que se vuelven a Él.
Entonces Zósimo le dijo: ¿Cuantos años han pasado, señora mia, desde que habitas en este desierto? Ella respondió; Cuarenta y siete años han pasado, como supongo, desde que salí de la ciudad santa.
Y donde encuentras o que tenias de comida, mi señora, preguntó Zósimo. La mujer dijo; Cuando crucé el río Jordán tenía conmigo dos panes y medio, que lentamente se secaron y se endurecieron como una roca; comiendo pues esos poco a poco pasé muchos años con ellos.
Zósimo volvió a preguntar; Y así sin esfuerzo, has pasado todos estos años, y el cambio repentino de tu vida no te molestó en absoluto?
La mujer respondió; Me preguntaste ahora, abbá Zósimo, sobre una cosa por lo que me estremezco con solo mencionarlo; porque si ahora recuerdo los tantos peligros que he aguantado y los tantos pensamientos que me han torturado severamente, tengo miedo de que me infecte otra vez por ellos.
Y Zósimo le dijo; No omite nada, mi señora, que no me lo menciones; porque desde el principio te supliqué mucho para ello, para que me lo cuentes todo sin ninguna omisión.
Y ella le respondió; Créeme, abbá, diecisiete años estuve vagando en este desierto peleando contra mis deseos irracionales como si estuviera peleando contra fieras salvajes.
Cada vez que estaba comiendo o estaba intentando a recibir algo de comida, estaba deseando las carnes y los pescados que el Egipto tiene; estaba deseando el vino, que yo amaba mucho, porque estaba bebiendo mucho vino mientras vivía en el mundo, mientras aquí no tenía ni agua y no podía soportar la privación.
También me venía el deseo por las canciones de fornicación que siempre me inflamaban y me estaba motivando para volver a cantar las canciones de los demonios que había aprendido. Inmediatamente sin embargo, con lágrimas en los ojos y con golpes en el pecho, me estaba recordando a mi mismo el acuerdo que había hecho mientras partía hacia el desierto.
Y me estaba transfiriendo mentalmente frente al icono de mi madrina, la Virgen Madre de Dios, y con lagrimas la suplicaba para disipar estos pensamientos que atormentaban mi alma miserable.
Y cuando ya había llorado lo bastante y me había golpeado el pecho, tanto como podía, entonces vería la luz iluminando a mi alrededor por todas partes y desde entonces, después de la tormenta, un tipo de serenidad duradera prevalecía dentro de mí.
Pero, ¿cómo puedo describirte los pensamientos, abbá, que me estaban empujando otra vez a la fornicación?
Me parecía como si se encendiera fuego dentro de mi miserable corazón que me estaba quemando por completo, y me estaba excitando en el deseo del pecado. Inmediatamente sin embargo, tan pronto como tal pensamiento me inquietaba, me caería sobre la tierra, mojando el suelo con lágrimas, pensando que la que garantizó para mi estaba allí presente frente a mí y que me estaba penalizando por mi transgresión.
No me levantaría del suelo por lo tanto incluso si a veces me pasaría un total de veinticuatro horas en esa posición, hasta que esa dulce luz me iluminaría con su resplandor y dispersaría los pensamientos que me estaban molestando.
Y siempre tenía por lo tanto los ojos de mi alma incesantemente vueltos hacia ella que garantizó para mi, pidiéndola que me ayudara, al océano del desierto donde estaba en peligro; y en verdad, la tuve por ayudante y colaboradora por mi arrepentimiento.
Y así viví durante ese período de diecisiete años, luchando contra miles de peligros; y desde entonces hasta hoy ella esta a mi lado ayudándome en todo y a través de todas las dificultades ella me está guiando.
Entonces Zósimo la preguntó; ¿No se te presentó más tarde, señora mía, la necesidad de comida o ropa? Y ella le respondió; Después de haber consumido estos panes, como te dije antes, durante ese período de diecisiete años me estaba alimentando con hierbas y varios otros que se encuentran en el desierto; en cuanto a la prenda que llevaba puesta cuando crucé el río Jordán se rompió y se desgastó por completo.
Con mucho dolor sufrí el frío del invierno y el calor del verano, como me estaba quemando del calor durante el día y estaba helada y temblando del frío de la noche, y muchas veces me pasó a caer al suelo y permanecer inmóvil con la respiración casi detenida.
Y tuve que luchar contra muchas y varias calamidades y tentaciones inauditas, y desde entonces y hasta hoy el poder de Dios de diversas maneras ha mantenido mi alma pecadora y mi humilde cuerpo.
Porque solo pensando de cuantos males me ha librado el Señor, tenía la esperanza de mi salvación como mi alimento imperecedero. Me estaba alimentando y cubriendo por lo tanto con la Palabra de Dios que sostiene el universo; porque como dijo el Señor, «no sólo de pan vive el hombre» y que a los que se han despojado las vestiduras del pecado «ya que no tienen techo, la poderosa Gracia de Dios se convierte en casa y refugio para ellos».
Cuando Zósimo la oyó mencionando incluso pasajes de la Sagrada Escritura y de Moisés y de Job y del libro de los Salmos, la preguntó a ella: ¿Acaso has leído los Salmos u otros libros?
Cuando la santa escuchó esto, sonrió y le dijo al anciano; Créeme, oh hombre, que no he visto otro hombre desde que crucé el río Jordán, excepto solo hoy que vi tu rostro, y tampoco he encontrado a ninguna bestia u otro animal desde que vine a este desierto; nunca aprendí a leer por lo tanto, pero tampoco escuché a nadie a cantar o leer en voz alta. La palabra de Dios sin embargo, que está vivo y activo, enseña el conocimiento a la gente.
Aquí es donde termina la historia de mi vida, pero repito lo que hice cuando comencé la narración, y te lo ruego una vez más que ores al Señor para mí la pródiga.
Después de que la santa dijo estas palabras y terminó la narración, de nuevo el anciano trató de inclinarse en postración y gritó con lágrimas en sus ojos; Bendito sea Dios, Quien creó cosas grandes y admirables, cosas gloriosas y exquisitas, y los cuales no se pueden calcular; bendito sea Dios, que me ha mostrado cómo Él recompensa a los que le temen; porque en verdad Tú no abandonas, oh Senor, a los que Te buscan.
Ella entonces detuvo al anciano y no lo dejó completar la postración, sino le dijo: Todas estas cosas que has oído, te exorcizo en el nombre de nuestro salvador Jesucristo y nuestro Dios, no se las digas a nadie hasta el momento en que Dios me sacará de esta tierra.
Por ahora, ve en paz por tu camino, y en el proximo año me volverás a ver, porque con la protección de la Gracia de Dios nos encontraremos de nuevo. Y haz también esto, por amor al Señor, que ahora te pido que hagas. Durante el período de la sagrada cuaresma del próximo año, no cruces el río Jordán, como tenéis costumbre de hacer en el monasterio.
Con sorpresa Zósimo estaba escuchando, que la santa mujer conocía hasta la regla del monasterio y no decía nada más, sino solo gloria a Dios Quien da grandes talentos a los que Le aman.
Entonces ella dijo; Quédate, pues, Abbá Zósimo, en el Monasterio como dije, porque aunque quieras salir las circunstancias no te vendrán favorables.
Durante esa noche santa, sin embargo, de la Última Cena Secreta toma por mí la Sagrada Comunión, el vivificante Cuerpo y Sangre de Cristo, dentro de un vaso digno de contener los sagrados Misterios y definitivamente traerlos y espera por mi, en ese lugar del río Jordán que está más cerca de los lugares habitados, para que pueda venir y recibir la Sagrada Comunión.
Porque desde que comulgué en el templo de Juan el Precursor, antes de cruzar el río Jordán, nunca he sido digna hasta hoy a recibir este santo Misterio. Y ahora anhelo el Misterio sagrado con un deseo fuerte y desenfrenado, y por esto te pido y te suplico a no ignorar mi solicitud, sino a traerme, pase lo que pase, estos Misterios vivificantes y divinos, a la misma hora que el Señor también honró a sus discípulos a participar en la Santa Cena.
Finalmente, a abbá Juan, el abad del Monasterio donde vives, dile estas palabras; Cuidate mucho hermano de ti mismo y de tu rebaño fraternal, porque hay unas cosas que pasan ahí, que necesitan ser corregidos. Pero no quiero que le digas estas cosas ahora, pero cuando el Señor te lo permita.
Después de que terminó estas palabras y le dijo al mayor «reza por mí», ella partió de nuevo hacia el interior del desierto.
Entonces Zosima se arrodilló y se inclinó sobre la tierra en el que aún se quedaban las huellas de los pies de la santa y después que glorificó y agradeció a Dios, volvió lleno de alegría tanto en su alma como en su cuerpo, glorificando y bendiciendo nuestro Cristo y nuestro Dios.
Y después de cruzar de nuevo ese desierto, llegó al monasterio durante el día que todos los monjes solían volver.
Y durante todo ese año vivía pacíficamente en el monasterio, sin atreverse a contar a nadie, algo de lo que había visto. Solo por dentro de si mismo estaba rogando a Dios para volver a mostrarle la persona que deseaba ver. Él estaba afligido por lo tanto y estaba muy triste cuando estaba pensando el largo periodo de tiempo de un año, deseando si fuera posible para que ese tiempo se convirtiese en un día.
Y cuando llegó el Domingo después del cual comienza el santo ayuno del Gran Cuaresma, inmediatamente después de la oración habitual, mientras todos los demás monjes estaban saliendo cantando, el se enfermó con fiebre y se vio obligado a quedarse adentro.
Entonces Zósimo recordó las palabras de la santa quien dijo que aunque tu quieras salir del monasterio las circunstancias no te serán favorables. Después de que pasaron unos días y se curó de su enfermedad, siguió viviendo dentro del monasterio.
Y cuando los otros monjes habían regresado de nuevo y llego la noche de la Última Cena Secreta, hizo lo que la santa le había pedido hacer; puso dentro de una copa pequeña el purísimo Cuerpo y Sangre de nuestro Cristo y nuestro Dios y también puso en una pequeña canasta higos secos y dátiles y unas lentejas empapadas en agua, y partió tarde por la noche y se fue y se sentó a la orilla del río Jordán esperando la llegada de la santa.
Y como la santa mujer tardaba en llegar, Zósimo no tuvo sueño, sino estaba continuamente mirando el desierto esperando a ver la persona que deseó ver. Mientras el anciano estaba sentado se decía a sí mismo: ¿Podría ser que mi indignidad la impidió de venir? ¿Podría ser que ella ya vino y porque no me encontró volvió de nuevo?
Mientras pensaba estas cosas derramó una lágrima y suspiró y levantando los ojos hacia el cielo estaba orando a Dios diciendo: No me prives oh Señor de volver a ver otra vez lo que me permitiste ver; no me dejes volver vacío sin ningún resultado, y teniendo conmigo solo mis pecados para que me juzguen.
Pero mientras oraba y estaba diciendo estas cosas con lágrimas en los ojos, un otro pensamiento pasó por su mente: ¿Y que va a pasar si por fin viene? Porque no hay barco. ¿Cómo cruzará el río Jordán y cómo vendrá a mí el indigno? ¡Ay de mi indignidad! Ay, ¿quien con razón me privó de algo tan bueno?
Pero mientras el anciano estaba pensando estas cosas, he aquí que llegó la mujer santa y ella se paró a la orilla opuesta del río, de donde ella venía. Zósimo entonces se puso de pie lleno de alegría y júbilo y alabando a Dios.
Continuó por lo tanto a luchar con el pensamiento interior, que la santa no sería capaz para cruzar el río Jordán; la vio entonces sellando el río con el signo de la cruz, porque, como decía, era luna llena esa noche y brillaba, y después del sellamiento, la vio caminar sobre las aguas y a llegar hacia él.
Y mientras ella todavía caminaba sobre las aguas del río, cuando él quiso inclinarse en una postración ella se lo impidió, gritando: ¿Qué vas a hacer, abbá? ¿Quieres inclinarte en postración tú, siendo sacerdote del Altísimo y especialmente mientras sostienes los divinos Misterios? Y mientras él obedeció a la palabra de la santa, cuando ella pisó el suelo, le dijo al anciano: Bendíceme padre, bendíceme.
Entonces temblando él la respondió, mientras admiraba en éxtasis el espectáculo paradójico. De hecho, Dios nos dijo la verdad cuando nos prometió que si nos limpiamos de cada pecado, tanto como esto es, por supuesto, posible para los seres humanos, entonces podemos ser semejante a Él.
Gloria a Ti, oh Cristo Dios nuestro, porque no pasaste por alto mi oración y no retiraste Tu misericordia de Tu siervo; Gloria a Ti, oh Cristo Dios nuestro, que me has revelado a través de esta sirvienta Tuya, lo lejos que estoy de la perfección.
Y mientras decía esto, el santo pidió decir el texto del sagrado Credo de la Fe y después siguió con el «Padre nuestro que estás en los cielos...». Y cuando se hizo esto y terminó la oración, entonces según la costumbre, ella le dio al anciano el beso de amor fraterno y después de haber recibido los misterios vivificantes levantó los brazos al cielo, y gritó con lágrimas en sus ojos:
Ahora, Señor, puedes dejar a Tu siervo irse según Tu palabra, en paz, porque han visto mis ojos tu salvación.
Entonces le dijo al anciano: Perdóname abbá, porque te suplico que me cumplas un otro deseo mio; pues ahora vuelve al monasterio, y sé protegido por la paz de Dios, durante el próximo año sin embargo vuelve de nuevo a ese torrente, donde te encontré antes y me volverás a ver como Dios quiere que suceda.
Y él le respondió a ella: Ojalá me fuera posible a seguirte desde ahora ya y poder ver para siempre tu santo rostro; pero ahora satisfaz tu también una petición del anciano y lleva algo de comer de lo que te he traído aquí; y mientras decía esto le mostró la canasta que traía consigo.
Ella entonces tocó las lentejas con la punta de sus dedos y después de haber cogido tres granos se los llevó a su boca, diciendo que la Gracia del Espíritu Santo era suficiente para mantener la sustancia de su alma sin faltar nada. Y después de que ella dijo estas dijo de nuevo al anciano: Reza, en el nombre del Señor, reza por mí, y siempre recuerda mi desgracia en tu oración.
Entonces él gemía y lamentaba y tocando los pies de la santa, la dejó ir, pidiendola con lágrimas en los ojos a orar por la iglesia y por el reino de los cielos y para él también; porque no se atrevía seguir sujetándola por mucho, a ella, que era imposible sujetar.
Así que después de que ella selló de nuevo el río Jordán con el signo de la Santa Cruz, lo cruzó como antes caminando sobre el agua. El anciano regresó al monasterio guardando en su interior mucha alegría y miedo y acusándose a sí mismo, porque no se preocupó para saber el nombre de la santa; esperaba sin embargo que lo podría aprenderlo en el año siguiente.
Después de que ese año había pasado, él vino al desierto otra vez, es decir, después de haber hecho todo según la costumbre del monasterio, se fue corriendo para encontrar ese espectáculo paradójico.
Después de caminar en el desierto y llegué a unos indicios que mostraban que había encontrado el lugar que buscaba, miró a derecha e izquierda, girando su mirada por todas partes como un cazador experimentado, intentando capturar la presa más dulce.
Y como no estaba viendo nada moviendo alrededor, empezó de nuevo derramando lágrimas y levantando sus ojos hacia el cielo, oró diciendo: Muéstrame Señora tu tesoro, que nadie puede robar, y que tienes bien escondido dentro de este desierto, muéstrame te lo suplico el ángel que tiene cuerpo, y del cual este mundo no es digno.
Y mientras oraba así finalmente llegó al lugar que tenía forma de torrente; y mientras estaba a un lado de ese lugar, vio la santa acostada muerta, con sus manos cruzadas en el pecho y su cuerpo en tal posición que se dirigía hacia el oriente. Se acerco entonces corriendo y estaba lavando con lagrimas los pies de la santa, porque no se atrevía a tocar ninguna otra parte de su cuerpo.
Después de que lloró por bastante tiempo y cantó los himnos apropiados para la ocasión, dijo la oración fúnebre y pensaba: ¿Debería enterrar, me pregunto, la reliquia de la santa? Podría ser que al hacer algo asi no es del agrado de la santa? Y mientras pensaba estas cosas vio letras talladas en la tierra al lado de la cabeza de la santa, que decían lo siguiente:
Entiérralo aquí en este lugar, abbá Zósimo, la reliquia de la humilde María; devuelve la tierra a la tierra y siempre ora por mi al Señor; Morí el primer día del mes Fermoutin según la designación de los Egipcios y que los Romanos llaman Abril, durante la misma noche de la pasión salvadora del Señor, después de la comunión de la Cena Divina y Mística.
Así que cuando el anciano leyó estas palabras, se alegró porque aprendió el nombre de la santa. Entonces se dio cuenta, que tan pronto como ella recibió los santos Misterios en el río Jordán, inmediatamente vino a ese lugar donde murió. Y que la distancia que él caminó con dificultad dentro de veinte días, la santa la había pasado dentro de una hora y partió de inmediato y fue hacia Dios.
Alabando pues a Dios y mojando el cuerpo con lágrimas dijo: Ya es la hora, oh humilde Zósimo para llevar a cabo lo que se te ha ordenado hacer, pero ¿como vas a cavar un hoyo, pobre tu, sin tener ninguna herramienta en tus manos?
Y mientras decía esto, vio un poco más lejos un pequeño trozo de madera tirado en el desierto, que tomó en sus manos e intentó cavar con eso. Como la tierra estaba seca sin embargo no obedecía para nada al anciano que se estaba esforzando, pero solo se estaba cansando y su sudor corría sin poder lograr nada.
Suspiró entonces fuertemente desde el fondo de su corazón y cuando levantó la cabeza vio un león grande estando parado al lado de la reliquia de la santa y lamando las puntas de sus piernas. Al ver a la bestia se vio abrumado por el miedo y el terror, especialmente cuando recordó las palabras de la santa que había dicho que nunca había visto ninguna bestia.
Cuando se selló a sí mismo con el signo de la cruz y desterró el miedo de sí mismo, el creyó que el poder de la santa le protegería y que no le pasaría nada malo. Entonces el león comenzó a entretener al anciano meneando su cola, como si casi lo saludara con sus movimientos y también con su buen humor.
Entonces Zósimo le dijo al león: Escucha bestia, La santa por supuesto ha permitido que su reliquia sea enterrada, pero yo soy viejo y no tengo la fuerza para cavar la tumba, y tampoco tengo la herramienta adecuada para esta tarea; y porque a mi no me es posible regresar a tan gran distancia para traer la herramienta adecuada, anda y hazlo con tus uñas este trabajo necesario, para entregar el cuerpo de la santa a la tierra.
No había terminado de decir estas palabras e inmediatamente el león cavó una tumba con sus patas delanteras, tan profundo como fuera necesario para que cupiese el cuerpo de la santa.
Así que después que el anciano otra vez lavó con sus lágrimas los pies de la santa y después de que la rogó insistentemente, aún más ahora a orar para todos, cubrió el cuerpo con la tierra, mientras el león estaba presente. Y el cuerpo estaba desnudo, como antes, sin tener nada puesto excepto sólo ese trozo de tela viejo y andrajoso que Zósimo había arrojado detrás de él para que la bendita mujer cubriese algunas partes de su cuerpo.
Y entonces, mientras el anciano estaba partiendo, el león también partió hacia el desierto interior, tranquilo como una oveja. Y Zósima volvió bendiciendo y cantando por Cristo nuestro Dios.
Tan pronto como regresó al convento lo narró todo a los monjes, sin ocultar nada de lo que escuchó y por lo que vio. Y lo narró todo desde el principio según el orden en que habían sucedido, así que todos los que escucharon la grandeza de Dios se quedaron asombrados y todos juntos con reverencia y anhelo honrarían la memoria de la santa.
El abad Juan también descubrió algunas cosas en el monasterio que necesitaban ser corregidos, de modo que tampoco en este caso no resultaron fútiles o inútiles las palabras de la santa. Por último, como dicen, Zósimo también murió en ese monasterio después de haber vivido casi cien años.
Los monjes continuaron por lo tanto a decir estas cosas de boca en boca uno al otro y a proyectarlos, como ejemplo, en beneficio de cada uno quien quiere escuchar. Nunca he escuchado hasta hoy sin embargo que alguien nos la ha entregado por escrito esta narración.
Estas cosas, pues, que yo oí y aprendí de narración verbal los presenté en palabra escrita; puede haber otros también que hayan escrito la biografía de la santa y ciertamente de una manera superior y más magnífica, aunque algo así nunca se ha caído a mi percepción. Sin embargo, también he escrito yo esta narración, según lo mejor de mis habilidades, sin exponer nada más excepto de la verdad.
Dios, por tanto, que realizó grandes eventos maravillosos, Quien recompensa con muy grandes regalos todos los que esperan en Él, que dé la recompensa para el beneficio de todos los que lean esa narración, al hombre que dio la orden para que esta biografía se exprese por escrito, y ojalá que él sea digno a ser encontrado y alineado del lado de María, de aquella bienaventurada, a quien esta narración se refiere, y junto a todos aquellos que agradecieron al mismo Dios en la teoria y en la practica a través de los siglos.
Glorifiquemos también a Dios por lo tanto, el rey soberano de los siglos, para hacernos dignos también a encontrar misericordia durante el día del juicio a través de nuestro Señor Jesucristo, a Quien pertenece toda gloria, honor y adoración, junto con el Padre y el Espíritu Santo ahora y siempre y por los infinitos siglos de los siglos. Amén.