Después de eso, la persecución, que ocurrió bajo Maximin, se apoderó de la Iglesia. Así que mientras los santos Mártires estaban siendo arrestados y conducidos hacia Alejandría, Antonio también dejó su monasterio y los siguió, diciendo; Vamonos también a entrar en el combate, si el Señor nos llame, o con el fin de apoyar a los mártires que luchan.
Y aunque anhelaba sufrir el martirio, no queriendo, sin embargo, a entregarse por sí mismo, se contentaba en servir los confesores de la fe en las minas y en las prisiones.
Y estaba mostrando un gran celo en el tribunal, tratando de fortalecer la disposición de los confesores que habían sido llamados a muerte martirica, mientras que después del martirio, se aseguraba de recibir sus cuerpos y prepararlos para la sepultura.
Así que cuando el juez vio el coraje de Antonio y de los que estaban con él, y su interés para los mártires, dio una orden, que ninguno de los monjes debía comparecer en el tribunal, ni permanecer en la ciudad en absoluto.
Entonces, todos los demás monjes decidieron esconderse en ese dia; Antonio, sin embargo, no prestó ninguna atención a esta prohibición, sino por el contrario, lavó bien su túnica, y al día siguiente se colocó en un lugar elevado frente al prefecto, para que él pudiera verle claramente.
Y mientras todos admiraban al respecto y el prefecto le estaba viendo mientras paseaba junto a su comitiva, Antonio permanecía sin ningún temor, mostrando de esta manera la gran determinación que los cristianos tenemos; porque, como dije antes, él también deseaba convertirse en mártir.
Y parecía afligido, porque no se hizo un mártir, el Señor, sin embargo, le protegió para nuestro propio beneficio y para el beneficio de los demás, para llegar a ser maestro de muchos en la vida ascética, que había sido enseñado por las Escrituras.
Porque sólo con ver su forma de vida, muchos mostraban un gran celo para imitarle. Continuó por lo tanto sirviendo a los confesores, y, como si fuera un preso también, estaba trabajando con ellos.
Así que cuando cesó la persecución y el bienaventurado obispo Pedro ya había muerto como mártir, Antonio se fue de Alejandría y volvió al monasterio, donde estaba convirtiendo cada dia en mártir en su conciencia, y estaba luchando por las hazañas de la fe. Porque ya se sometía a sí mismo a un ascetismo aún mayor y más vigoroso.
Porque estaba siempre en ayunas, mientras que el vestido que llevaba puesto era con el pelo en el interior y la piel en el exterior, el cual llevaba hasta su muerte, y nunca lavó su cuerpo para limpiarlo, ni se lavó nunca los pies, ni los puso jamas en el agua, sin ser necesario.
Y nadie le vio nunca desvestido, ni nadie vio nunca el cuerpo entero de Antonio, excepto cuando murió y fue enterrado.
Así que mientras Antonio había partido, con la intención de pasar mucho tiempo sin salir por su cuenta ni aceptar a nadie más, alguien, llamado Martiniano, un oficial del ejercito, se presentó a Antonio junto con mucha gente porque algun demonio estaba molestando a su hija.
Y como permaneció mucho tiempo y estaba golpeando insistentemente a la puerta, y le estaba rogando que viniera y rezara a Dios por su hija, Antonio no aceptó abrir, pero se asomó a la ventana y dijo;
«Hombre, ¿por qué me gritas tan fuerte? Yo soy un hombre como tú. Pero si crees en Cristo, a Quien adoro, ve, y de la misma manera como crees, reza a Dios y lo que pidas se hará.
Él inmediatamente creyó, por lo tanto, y después de rezar a Cristo, partió con su hija siendo purificada del demonio.
Y muchos otros milagros hizo a través de él el Señor, Quien dice; «Pedid y se os dará». Porque como Antonio no abría la puerta, lo único que estaban haciendo la mayoría de los enfermos, era simplemente permanecer y dormir fuera del monasterio, y así, creyendo y rezando sinceramente, estaban siendo limpiados de sus enfermedades.
Cuando Antonio vio que estaba perturbado por los muchos visitantes, que no le dejaban practicar el ascetismo como él deseaba, y también porque se asustó no sea que cayera en la arrogancia, por todo lo que el Señor hace a través de él, o no sea que algun otro le considere por algo más de lo que realmente es, y así que el egoísmo le venza, pensó y decidió partir a la Tebaida superior, donde la gente no le conocían.
Y de hecho, después de recibir pan de los hermanos, se fue y se sentó a las orillas del rio y observaba por si pasara algún barco, para embarcar en ello y viajar con ellos.
Y mientras pensaba en esto, una voz vino a él desde lo alto que decía; «Antonio, ¿adónde vas y por qué?» Después de haber oído sin ponerse nervioso, como estaba acostumbrado a ser llamado con frecuencia de esta manera, respondió diciendo;
«Porque la multitud de la gente que me visitan no me permite estar tranquilo, por esta razón quiero ascender a la Tebaida superior, debido a las muchas molestias que me estan causando los que me visitan aquí y porque hasta me exigen que les haga cosas que están más allá de mi poder».
Entonces la voz le respondió; «Aunque subas a Tebaida y aunque, como estás contemplando, te bajas a los pastos con los pastores de bueyes, tendrás que soportar una fatiga aún más y el doble. Pero si de verdad quieres vivir en paz, subete ahora al desierto interior».
Y cuando Antonio preguntó; «¿Y quién me mostrará el camino? porque no lo conozco»; entonces la voz inmediatamente le mostró a unos sarracenos, que iban a emprender aquel camino.
De hecho, Antonio fue y se acercó a ellos, y les rogó que le permitieran viajar con ellos al desierto, y aquellos, como si fueran mandados por la Divina Providencia, le recibieron de buena gana.
Después de que marchó con ellos tres días y tres noches, llegó a un monte muy alto, que tenía agua a sus pies, agua dulce y cristalina y muy frio. Alrededor había una llanura y unas palmeras abandonadas.
Antonio por lo tanto, como inspirado por Dios, amó aquel lugar, porque este era el lugar que Él que le habló en las orillas del rio le había indicado.
Así que al principio, después de recibir unos panes de sus compañeros de viaje, se quedó solo en la montaña, sin que nadie más esté con él, y desde entonces consideraba ese lugar como su propia casa.
Como vieron los sarracenos la gran disposición de Antonio, estaban pasando a propósito de ese camino y con alegría le traían panes;
Antonio estaba también recibiendo un poco de comida de las palmeras. Con el tiempo, cuando los hermanos se enteraron el lugar donde vivía, se encargaron de enviarle pan, como hijos que recuerdan su padre.
Al ver, sin embargo, Antonio, que, con el pretexto del pan, algunos monjes estaban sufriendo y se estaban cansando yendo allí, y porque por esta razón se sentía pena para los monjes, pensó sobre el tema y pidió a algunas personas que venían a él, a traerle una azada, un hacha y un poco de grano.
Cuando le trajeron estas cosas, recorrió el lugar alrededor de la montaña, y después de que encontró un pequeño lugar adecuado, lo aró y, teniendo agua abundante para riego, lo sembró.
Haciendo lo mismo todos los años de ahí se ganaba el pan, y era feliz porque no se volvería molesto para nadie y porque ya no se convertiría en una carga por ninguna razón.
Pero incluso después de eso, viendo de nuevo que la gente venían, también cultivó algunas coles, para que sus visitantes tuvieran un pequeño alivio de la fatiga de ese viaje penoso.
Al principio, sin embargo, las bestias del desierto que venían a por agua, muy a menudo le estaban causando daños en los cultivos y la cosecha. Entonces él atrapó con amabilidad una de las bestias, y les decía a todos;
«¿Por qué me estais haciendo daño, mientras yo no os estoy dañando en nada? Marchaos y, en el nombre del Señor, no os acerquéis más aquí». Y desde entonces, como asustados por la orden, no se acercaron nunca más en ese lugar.
Vivía solo, pues, en la montaña y era devoto en las oraciones y la ascesis; los hermanos que le ministraban le suplicaron que les permitiera venir a visitarle todos los meses y traerle aceitunas, legumbres y aceite, porque era ya anciano.
De sus visitantes hemos escuchado cuántas luchas Antonio soportó, durante el tiempo que vivió allí, no contra carne y sangre, sino contra los adversarios demonios, como dice la Escritura.
Y de hecho, estaban escuchando ruidos incluso allí en el desierto, y muchas voces y golpes como de armas, y estaban viendo la montaña llena de bestias por la noche; y también le estaban viendo a él, como si estuviera luchando contra oponentes visibles, y rezando en contra de ellos.
Y todos aquellos que venían a él les animaba mucho, mientras él luchaba de rodillas y estaba rezando al Señor.
Y verdaderamente era digno de admiración, que, aunque estaba solo en tal desierto, no estaba distraído ni por los demonios que le estaban atacando, ni temía la ferocidad de los tantos cuadrúpedas bestias y reptiles que estaban ahí.
Pero en verdad, tenía su convicción firme en el Señor como el monte Sión, según la palabra de la Escritura, y su mente era inmutable e inquebrantable, por lo que, como dice la Escritura otra vez, los demonios más bien huyen de él, mientras las bestias salvajes están en paz con él.
El diablo, por lo tanto, como David escribe en sus salmos, estaba observando a Antonio y rechinaba los dientes contra él. Antonio, sin embargo, tenía la protección y la ayuda del Salvador, y permanecía ileso de sus distintas astucias e insidias.
Así que una noche, mientras Antonio estaba de vigilia, el diablo desató fieras contra el, y casi todas las hienas de ese desierto salieron de sus nidos y le rodearon y él estaba en el medio.
Y mientras cada una de las hienas estaba abriendo la boca y le amenazaba con morderle, en cuanto él se dio cuenta el truco del enemigo, les dijo a todas; «Si efectivamente habéis recibido autoridad contra mí, estoy listo para ser comido por vosotras; pero si los demonios os han enviado, no perdéis vuestro tiempo, pero salid de aquí, porque soy siervo de Cristo».
Y mientras Antonio decía esto, se fueron como perseguidas por el látigo de la palabra.
Después de unos días, mientras estaba trabajando (porque también se aseguraba de trabajar con sus propias manos), alguien se acercó a la puerta y estropeaba el producto de su trabajo; porque tejía canastas y se los daba a los visitantes, a cambio de la comida que le traían.
Tan pronto como se levantó, vio una bestia, que parecía un hombre en el cuerpo hasta los muslos, mientras sus piernas y sus pies eran como las de un burro. Entonces Antonio simplemente selló con el signo de la Cruz, y dijo; Yo soy un siervo de Cristo; si has sido enviado contra mí, aquí estoy a tu disposición.
Entonces la bestia se fue tan rápido junto con sus demonios, de modo que debido a su prisa se cayó y murió, y la muerte de la bestia en realidad significaba la derrota de los demonios. Porque estaban usando todos los trucos para bajarle del desierto pero no lo consiguieron.
Cuando una vez los monjes le suplicaron a bajar de la montaña y a visitarlos por un corto periodo de tiempo tanto a ellos como a sus lugares, Antonio viajó a pie junto con los monjes que habían venido a su encuentro.
Habían cargado en un camello los panes y agua, porque todo ese desierto esta seco y no hay agua potable por ningún lado, excepto en esa montaña donde se encuentra su monasterio, y donde llenaron los odres para su viaje.
En el camino, sin embargo, se acabó el agua y el calor era tan insoportable que todos estarían en peligro de sed.
Así que después de que buscaron en todos los lugares por allí y no encontraron agua, y ya no podían andar más, soltaron el camello y cayeron al suelo y se desesperaron.
Entonces el anciano, viendo a todos estar en peligro, se puso muy triste y gimió, y después de que se alejó un poco de ellos, se arrodilló y levantó las manos hacia el cielo y estaba rezando. En seguida entonces el Señor hizo salir agua en el lugar donde estaba él rezando. Y así bebieron todos y se recuperaron.
Y después que llenaron los odres, buscaron el camello y la encontraron, porque paso que sus correajes se habían enredado en una piedra y así la atraparon. Después que la trajeron y le dieron de beber, cargaron los odres en ella y continuaron su viaje sin sufrir daño alguno.
Cuando llegaron a los monasterios exteriores todos lo abrazaron, porque le consideraban como un padre. Y el, como si trajera provisiones espirituales del monte, les saludaba con sus palabras y les transmitía beneficio espiritual.
Así que hubo alegría de nuevo en esas montañas y afán por el progreso espiritual, y ánimo mutuo a través de la confianza que tenían entre ellos.
Entonces él también estaba feliz no solo por ver la buena disposición de los monjes, sino también por su hermana, a quien encontró envejecida en la virginidad, y siendo ella también abadesa de otras vírgenes.
Unos días después Antonio partió y volvió al monte; desde entonces, mucha gente comenzaron a acudir a él y de hecho, varios pacientes se atrevieron a venir.
A todos los monjes, pues, que venían a él, estaba constantemente dando esta orden; Creer en el Señor y amarle; protegerse a si mismos de pensamientos impuros y de los placeres carnales y, como está escrito en Proverbios, «a no dejarse engañar por la saciedad del vientre».
Huir de la vanagloria, orar continuamente, recitar salmos antes y después de dormir, estudiar de corazón los preceptos de las Escrituras, y recordar las obras de los santos, para que el alma se piense a los mandamientos y ser conforme al celo de los santos.
En particular, sin embargo, les aconsejaba estudiar continuamente el dicho del Apóstol Pablo que dice; «No dejes que se ponga el sol contigo siendo todavía enfurecido».
Y que consideren que este dicho se ha dicho en general, por cada mandamiento de Dios, es decir, no solo por el enfado sino tampoco sobre cualquier otro pecado no debemos dejar que se ponga el sol.
Porque es bueno y necesario, que ni el sol pueda condenarnos por la maldad del día, ni la luna por los pecados nocturnos o los malos pensamientos en general.
Para lograr esto, pues, es bueno escuchar y guardar todavía otra palabra del Apóstol que dice; «Examinaos a vosotros mismos y probaos a vosotros mismos».
Que cada uno, pues, pida todos los días un recuento de sí mismo de sus acciones del día y de la noche, y, si ha pecado que deje de pecar; y si no ha pecado que no se gloríe, sino que persevere en el bien y no sea negligente, ni criticar al prójimo, ni justificarse a sí mismo, como el bendito apóstol Pablo dijo; «Hasta que venga el Señor, Quien escrutará las cosas ocultas de la gente».
Porque muchas veces las cosas que nosotros mismos hacemos escapan a nuestra atención; pero claro, aunque si nosotros no conozcamos nuestros pecados, el Señor lo sabe todo. Así que después de confiar el derecho de juzgar al Señor, tratémonos unos a otros con compasión, y sobrellevando las cargas unos de otros, examinemos a nosotros mismos y cuidémonos, donde nos quedamos cortos, de suplir nuestras deficiencias.
Pero para nuestra seguridad, tengamos en cuenta también esta precaución para que no pequemos; Que cada uno de nosotros anote y escriba sus actos y los deseos de su alma, como si fuéramos a darlos a conocer unos a otros.
Y ten por seguro, que, porque nos avergonzaremos de que todo esto sea conocido, nos dejaremos de pecar, y ni siquiera pensaremos en nada pecaminoso. Porque, ¿quién es el que peca y quiere que los demás le vean? ¿O quien peca y no miente, queriendo permanecer anónimo?
Así como no podemos fornicar cuando los otros nos ven, por la misma razón, si escribimos nuestros pensamientos como si fuéramos a presentarlos uno al otro, entonces probablemente mejor nos protegeremos a nosotros mismos de pensamientos impuros, porque nos avergonzaremos de que no sean conocidos.
Que sea para nosotros por lo tanto este registro de los pensamientos, como un sustituto de los ojos de nuestros compañeros en la ascesis, para que finalmente logremos no tener ningún mal pensamiento en absoluto y no sonrojarnos de vergüenza con las cosas que escribimos, como si los demás los vieran. Conformándonos así a nosotros mismos seremos capaces de someter el cuerpo, para agradar al Señor y para pisotear las artimañas del enemigo.
Estos consejos daba a los que se acercaban a él; tenía compasión de los enfermos y oraba con ellos y muchas veces para muchos de ellos el Señor escuchaba y aceptaba su oración.
Y no se enorgullecía cuando era escuchado, ni estaba gruñendo cuando no era escuchado; Siempre estaba dando gracias a Dios y exhortaba a los que sufrían a tener paciencia y saber que su curación no depende ni de él ni de ningún otro hombre en general sino solamente de Dios, Quien cura quien quiera y cuando quiera.
Los enfermos acogían las palabras del anciano como una medicina, porque estaban también aprendiendo a no detenerse en sus debilidades sino a ser más pacientes. Además, aquellos que eran curados aprendían a dar gracias no a Antonio sino solamente al Dios.
Alguien, llamado Frontón, descendiente de una familia real, tenía una gravísima enfermedad, es decir, se comía su propia lengua y corría peligro de perder sus ojos también; por tanto, después que subió a la montaña, le rogó a Antonio a orar por él.
Después de que Antonio oró le dijo a Frontón; «Ve y te curarás». Pero como él seguía presionandole fastidiosamente y seguía quedándose dentro del monasterio, Antonio insistió, diciéndole; «No vas a poder curar quedándote aquí. Ve y cuando llegues a Egipto, verás el milagro que se va a producir en ti».
Le creyó y se fue y tan pronto como vio a Egipto de lejos, se curó de su pasión y recuperó la salud, según la palabra de Antonio, que había aprendido del Salvador, en el momento que estaba orando, que las cosas pasarían así.
Una mujer joven que venía de Busiris de Trípoli, padecía una grave y muy repulsiva enfermedad, porque tanto sus lagrimas y su mucosidad y los fluidos que corrían de sus oídos, tan pronto como caían al suelo, se transformaban inmediatamente en gusanos. También estaba paralizada en el cuerpo mientras que sus ojos tampoco eran normales.
Cuando sus padres se enteraron que unos monjes iban a visitar a Antonio, y creyendo en el Señor, Quien curó a la mujer hemorroísa, les rogaron a los monjes que los acompañaran junto con su hija.
Como los monjes aceptaron, los padres con la hija se quedaron fuera de la montaña junto a Pafnucio, el confesor y monje, mientras que los monjes entraron en el monasterio y tan pronto como intentaron solamente hablar a Antonio de la joven, él se anticipó y les contó tanto sobre la enfermedad de la niña y como vino con ellos.
Luego, cuando los monjes le suplicaron permitirles a ellos también entrar, no les permitió hacerlo esto, sino dijo; «Id y la encontraréis curada, si en el ínterin no ha muerto.
Porque este logro no es obra mía, para que la niña viniera a mí también, a un hombre mísero, pero la curación es obra del Salvador, que en todo lugar derrama su misericordia sobre los que le invocan.
Y el Señor ha favorecido la oración de ella, y Su benevolencia me ha mostrado que curaría la enfermedad de la niña mientras ella todavía estaría allí». Y efectivamente, el milagro se produjo, y cuando los monjes salieron, encontraron a los padres regocijados y su hija siendo curada.
Dos hermanos estaban viniendo a la montaña para visitar a Antonio. En el camino, sin embargo, se quedaron sin agua y uno de ellos murió, mientras que el otro pronto iba a morir porque no teniendo más fuerzas para seguir caminando, se había caído, por la tierra, y esperaba la muerte.
Y Antonio, que estaba sentado en la montaña, llamó urgentemente a dos monjes que casualmente estaban allí presentes y les dijo; «Rápido, coged una vasija con agua y corred por el camino que lleva a Egipto, porque de los dos que estaban viniendo aquí, uno murió y el otro corre peligro si no os apresuráis. Porque esto me fue revelado justo ahora que estaba orando.
Cuando llegaron los monjes, de hecho encontraron el uno que yacía muerto y le enterraron, mientras que al otro le reanimaron con agua y le llevaron al anciano; La distancia era un día de viaje.
Y si alguien quiere saber, por qué Antonio no había hablado antes de que el otro muriera, esta pregunta suya no es correcta. Porque la decisión de la muerte no era de Antonio sino de Dios, que juzgó de esa manera para el uno y sobre el otro reveló.
Un milagro de Antonio fue solo esto, que mientras sentaba en la montaña tenía el corazón alerta y puro y el Señor le mostraba lo que estaba pasando lejos de él.
Otra vez, mientras estaba sentado en la montaña, levantó la mirada a lo alto y vio a los ángeles en el cielo levantando a alguien en el aire y que se producía gran alegría entre los que le encontraban.
Luego, mientras admiraba y bendecía esa danza celestial, rezaba para saber que podria ser esto. Al instante le vino una voz, que esta era el alma de Amón, el monje de Nitria.
Amón se había mantenido como un asceta hasta la vejez. Y la distancia desde Nitria hasta la montaña donde habitaba Antonio, era de trece jornadas de camino.
Los que estaban allí junto con Antonio, al ver al anciano lleno de asombro, le rogaron para saber el motivo, y le oyeron decirles que hace un poco Amón había muerto.
Amón era bien conocido por ellos porque a menudo iba allí y muchos milagros se habían hecho a través de él, uno de los cuales es también esto.
Cuando una vez surgió la necesidad para que Amón cruzara el río que se llama Lico, en un momento en que sus aguas se habían desbordado, le pidió a Teodoro que le acompañaba, a moverse a cierta distancia de él, para no ver descudo uno al otro, mientras estarían nadando en el agua.
Pero incluso cuando Teodoro se había alejado, de nuevo Amón se avergonzaba a ver a sí mismo desnudo. Así que mientras contemplaba que hacer, fue de repente transportado a la otra orilla del río.
Así que cuando Teodoro, que también era un hombre piadoso, cruzó el río y se acercó a Amón, que ya lo habia cruzado sin mojarse del agua en absoluto, le pidió saber de que manera se había cruzado.
Y desde que vio que no le quería decir, le agarró los pies e insistió en que no le dejaría ir, si primero no aprendería de él que había pasado.
Viendo, pues, Amón la persistencia de Teodoro y sobre todo porque no le soltaba los pies, él también le exigió a no decirlo a nadie hasta su muerte.
Así que le anunció que alguien le había levantado en el aire y le había dejado en la otra orilla, y que ni caminó sobre las aguas, ni nada de eso es posible para las personas, pero solo al Señor y a los que Él se lo permite, como lo había hecho al gran apóstol Pedro.
Así que Teodoro contó este milagro después de la muerte de Amón, y los monjes, con quienes habló Antonio acerca de la muerte de Amón, tomaron nota de la fecha en que esto sucedió, y cuando treinta dias despues los hermanos de Nitria subieron la montaña, les preguntaron y fueron informados que efectivamente Amón se había dormido en ese mismo día y hora durante el cual el anciano había visto su alma ascendiendo hacia el cielo.
Y entonces todos admiraron la pureza del alma de Antonio, es decir, cómo había sabido instantáneamente algo que sucedió a una distancia de trece días, y como vio el alma ascendiendo a los cielos.
Cuando una vez Arquelao el conde encontró a Antonio en la montaña exterior, le suplicó tan sólo que orara por la admirable virgen Policracia, que habitaba en Laodicea y estaba dedicada a Cristo, y debido a su ascesis estricta padecía fuertes dolores en su estomago y en un costado, y todo su cuerpo se había debilitado.
Antonio, entonces, rezó por ella, mientras que el conde anotó el día en que se hizo la oración, y cuando regresó a Laodicea encontró a la virgen sana.
Cuando le preguntó a ella a qué día y qué hora se había curado de la enfermedad, sacó inmediatamente el papel, donde había anotado el momento de la oración, y mostró la nota y todos admiraron, cuando se dieron cuenta que precisamente en ese momento el Señor había detenido sus dolores cuando Antonio estaba rezando y estaba implorado la bondad del Salvador para ella.
Pero también muchas veces predecía la llegada de los que le iban a visitar días o incluso meses de antelación, como también el motivo por lo que vinieron. Otros venían solo para verle, otros por enfermedad y otros, porque padecían demonios.
Y nadie consideraba la fatiga del viaje como una molestia o una pérdida. Porque todos regresaban sintiendo el beneficio de todo lo que recibieron de él.
Y mientras Antonio podía ver el beneficio de sus palabras sobre las almas de la gente, les estaba rogando que no le admiren por eso, sino más bien admirar al Señor, porque, aunque somos simples humanos, Él nos dio Su gracia para conocerle cada uno de nosotros en proporción con su poder espiritual.
Una vez que había vuelto a bajar a los monasterios exteriores, y le rogaron entrar en un barco y orar junto con otros monjes, el solo sintió un penetrante y muy fétido olor.
Y mientras la gente de la nave estaban diciendo que el hedor venía del pescado y la carne salada que había dentro de la nave, él decía que este hedor era diferente.
Y mientras Antonio aún estaba hablando, un hombre joven que tenía demonio, que había previamente entrado y se escondía dentro de la nave, comenzó de repente a gritar.
Tan pronto como el demonio fue reprendido, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, inmediatamente salió; y mientras aquel hombre se quedó sano, todos entendieron que el hedor era del demonio.
Un otro hombre joven, una persona de nobleza, tenía demonio y vino a Antonio. Ese demonio era tan horrible, que el hombre poseído no sabía que le estaban llevando ante Antonio; además estaba comiendo sus propios excrementos.
Aquellos, por lo tanto, que le trajeron le rogaron a Antonio que orara por él, y Antonio que se compadeció del joven, estuve rezando toda la noche y permaneció despierto con él.
Por la mañana, sin embargo, el joven de repente se abalanzó contra Antonio y le empujó, y porque los que le habían traído se indignaron por ese acto suyo, Antonio les dijo;
«No os enojéis con el joven; porque no es él quien me empuja sino el demonio que está dentro de él, quien se enfureció e hizo esto, porque yo le censuré y le mandé huir a lugares áridos. Glorificad, pues, al Señor; porque el hecho de que se abalanzo así sobre mí es una señal para vosotros que el demonio salió.
Tan pronto como Antonio dijo esto, inmediatamente el joven se recuperó y después de que recuperó sus sentidos, entendió dónde estaba y abrazaba el anciano agradeciendo a Dios.
Así que la mayoría de los monjes, afirman por unanimidad y cuentan muchos más milagros similares que ocurrieron a través de él. Estos milagros, sin embargo, no parecen tan dignos de admiración como otros aún más admirables.
Una vez cuando iba a comer, alrededor de la hora nona de la tarde, y se levantó para orar, se sintió su intelecto como si se lo arrebataran; y la paradoja era que, mientras estaba parado ahí podía verse a sí mismo como si estuviera fuera de su cuerpo, y como si fuera llevado por algunos seres a través del aire.
También podía ver algunos demonios crueles y terribles parados en el aire, y queriendo impedirle para no ascender al cielo. Y porque los Ángeles de Dios que le estaban llevando, estaban luchando y defendiéndole, los demonios exigían saber la razón considerando que eran ellos los responsables de él.
Y mientras ellos querían exigir cuentas de su vida desde el día de su nacimiento, los que llevaban a Antonio les estorbaban, diciendo;
Los pecados que cometió desde el día de su nacimiento, el Señor los ha perdonado. Os permitimos sin embargo, para pedir cuentas por lo que ha hecho desde el día en que se convirtió en monje e hizo una promesa a Dios.
Y entonces, ya que los demonios le acusaban pero sin tener ningún argumento, el camino quedó libre para él sin que nadie estorbándole, e inmediatamente se vio a sí mismo recuperándose de cierta manera y siendo de nuevo el mismo Antonio como antes.
Entonces, se olvidó por completo de la comida y permaneció el resto del día y toda la noche llorando y orando. Porque se admiraba de ver contra cuántos enemigos tenemos que luchar, y con cuántas fatigas alguien tiene que aguantar para atravesar el aire y subir al cielo.
Y recordaba que esto era lo que el Apóstol decía; «Según los deseos del señor del poder de los espíritus aéreos». En esto, en efecto, reside el poder del enemigo, en luchar contra los que están de paso e intentar ponerles obstáculos en su ascenso hacia el cielo.
Por eso exhortaba así; «Vestíos de la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo», para avergonzar al enemigo, porque no tendrá nada de malo a decir contra nosotros».
Y ya que hemos aprendido esto que le había sucedido a Antonio, acordémonos también del Apóstol que decía; «Si en el cuerpo, no lo sé, si fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe».
Pablo fue arrebatado hasta el tercer cielo, y después de oír palabras que los lenguajes humanos no pueden expresar, descendió de nuevo, mientras Antonio se vio a sí mismo habiendo llegado hasta el aire y luchando hasta que su camino pareciese libre.
Poseía también este don. Si alguna vez mientras estaba sentado solo en la montaña, tenía alguna pregunta y se preguntaba a sí mismo para saber la respuesta, tan pronto como estaba rezando, la verdad se le revelaría por la Divina Providencia, y así aquel bienaventurado era instruido por Dios según la Santa Biblia.
En otra ocasión, conversaba una vez con algunos que le habían visitado en cuanto al paso del alma y cuál será su lugar después de esta vida. A la noche siguiente alguien le llamó desde lo alto y le dijo; Antonio, levántate, sal afuera y mira.
Así que salió afuera, porque sabía en qué voces debía obedecer, y tan pronto como miró hacia arriba vio a alguien horrible y terrible, de una estatura muy grande que llegaba hasta las nubes, y vio también a ciertos seres que subían como si tuvieran alas mientras él extendía sus manos.
Y vio a algunos de estos seres siendo obstruidos por este terrible gigante, mientras vio otros volando aún más alto y ascendiendo a los cielos, mientras él no podía prevenirlos más.
Y mientras a los que pasaban ese gigante rechinaba los dientes, para los otros que estaba obstruyendo se alegraba de verlos cayendo.
De repente, se oyó una voz hacia Antonio; «Pon atención para entender lo que estás viendo».
Y después que su mente fue iluminada, entendió que lo que estaba viendo era el tránsito de las almas y que el gigante altísimo era el mismísimo diablo, el enemigo que envidia a los creyentes, y que mientras capturaba a los suyos y les impedía pasar, los otros, los que no le obedecieron, no les podía impedir, porque volaban más alto y le superaban.
Cuando también vio esta visión, era como un recordatorio para él, y estaba luchando cada día más y más, para avanzar en su vida espiritual.
Y todas estas visiones no solía contarlas voluntariamente, pero, como pasaba mucho tiempo en sus oraciones, y él mismo también se maravillaba con todo lo que se le estaba revelando, como un padre que no podía ocultar algo a sus hijos, estaba obligado a contárselas, cuando sus compañeros le preguntaban y le estaban presionando para saber.
También sabía que su conciencia estaba limpia de orgullo por las visiones, y que estas narraciones eran para beneficio de los hermanos, porque estaban aprendiendo que la ascesis tiene buenos frutos y que muchas veces las visiones se convierten en consuelo y alivio para los trabajos de las luchas espirituales.
En su carácter y disposición era tolerante y humilde de alma.
Aunque era tan grande, honraba de una manera admirable la jerarquía de la Iglesia, y queria que todo el clero fuera tenido en mayor honor que él mismo y no se avergonzaba de inclinar la cabeza ante los obispos y los presbíteros.
Si algún diácono le visitaba alguna vez para beneficiarse espiritualmente, entonces hablaría con él las cosas que le serían beneficiosas en oración sin embargo le concedería a él la iniciativa y no consideraba vergonzoso al estar aprendiendo él también.
Y efectivamente, muchas veces preguntaba para aprender y rogaba por escuchar algo a los que estaban presentes con él y confesaba que se beneficiaba, si alguien diría algo útil. Su rostro tenía mucha gracia paradójica.
También tenía el siguiente don del Salvador. Es decir, si él estaba en el medio de una multitud de otros monjes y alguien queria verle, sin conocerle de antes, tan pronto como se le acercaría, pasaría por los otros y correría hacia él, como atraído por su rostro.
Ciertamente no era diferente de los demás en lo alto o ancho del cuerpo, sino en la firmeza de su carácter y en la pureza de su alma. Y como su alma estaba en paz, sus sentidos externos también estaban imperturbables.
Porque por el gozo del alma el rostro se ve alegre también, y de los movimientos del cuerpo alguien puede sentir y percibir la condición del alma también, como dice la Sagrada Escritura; «Cuando el corazón goza el rostro está alegre, pero, cuando está triste el rostro está abatido».
De esta manera Jacob entendió que Labán estaba maquinando insidias y dijo a sus mujeres; «La cara de nuestro padre no es como ayer y anteayer». De esta manera Samuel también recognized David porque tenía ojos alegres y dientes blancos como la leche.
Así también se podía reconocer a Antonio; no se turbaba nunca porque su alma estaba tranquila, y nunca se volvía melancólico, porque mentalmente e intelectualmente estaba siempre feliz.
En cuanto a las cuestiones de fe, era admirable y muy piadoso.
Porque nunca tuvo comunicación ni con los cismáticos melicianos, ya que conocía bien su maldad y su apostasía que habían revelado desde el principio, ni nunca conversó amistosamente con los maniqueos o con otros herejes excepto solo para darles consejos para volver a la fe ortodoxa, porque creía y aconsejaba que la amistad y la asociación con ellos es daño y pérdida del alma.
Del mismo modo aborrecía la herejía de los arrianos también, y exhortaba a todos a no acercarse a ellos y a no seguir su perversa fe.
Cuando una vez unos fanaticos ariomaniacos fueron para encontrarle, después de que los interrogó y se dio cuenta de que eran impíos, los echó del monte, diciendo que sus palabras eran aún peores que el veneno de las serpientes.
Y cuando una vez los arrianos falsamente reclamaban que Antonio supuestamente tenía las mismas creencias que ellos, estaba muy irritado y enojado con ellos.
Luego, porque los obispos y todos los hermanos le suplicaron, bajó de la montaña y cuando entró en Alejandría condenó públicamente a los arrianos, diciendo que esta herejía es la peor de todas y precursora del Anticristo.
Y enseñaba al pueblo, que el hijo de Dios no es una creación, y que no fue hecho de la nada, ino que es eterno Verbo y Sabiduría de la sustancia del Padre. Por esta razón es una impiedad decir que hubo un tiempo en que el Hijo no existía, porque el Verbo siempre ha existido junto al Padre.
Por eso, no tengáis absolutamente ninguna comunicación con los más impíos arrianos; «porque no hay ninguna relación entre la luz y la oscuridad». Porque vosotros sois devotos cristianos; pero aquellos que dicen que el Hijo y Verbo del Dios Padre es una criatura, no se diferencian en nada de los paganos, porque adoran la creación y no el Dios Creador.
Y creed, que toda la creación se indigna contra ellos, porque enumeran entre las cosas creadas el Creador y Señor de todo, por Quien todas las cosas fueron hechas.
Y todo el pueblo se regocijaba porque escuchaban por un hombre como él a ser anatematizada la herejía de Arrio que contiende contra Cristo. Y todos los residentes de la ciudad estaban corriendo para ver a Antonio.
Y hasta los idólatras griegos, hasta aquellos llamados sacerdotes suyos, venían a la iglesia y decían; Pedimos ver el hombre de Dios, porque todos le llamaban así.
Allí en Alejandría por otro lado, a través de las oraciones de Antonio, el Señor limpió a muchos de sus demonios, y otros mentalmente enfermos los curó. Y muchos pedían, incluso los idólatras griegos, hasta sólo tocar al anciano, creyendo recibir un beneficio.
Y no hay duda que tantos se hicieron cristianos durante esos pocos días, más de lo que alguien hubiera visto convirtiéndose dentro de un año.
Luego, porque algunos pensaban pue la multitud le estaba molestando, y por esta razón estaban tratando de alejar a todos de él, él les estaba diciendo sin ser molestado, que toda esta gente no son más numerosos que los demonios con los cuales los monjes estamos luchando en la montaña.
Cuando finalmente partía de Alejandría y como se iba le acompañabamos, tan pronto como llegamos a la puerta de la ciudad, detrás de nosotros gritaba una mujer;
«Hombre de Dios, espera, mi hija es severamente torturada por demonio. Espera, por favor, y estoy en riesgo de caer mientras corro para alcanzarte».
Cuando el anciano la oyó y también nosotros le suplicamos, con su voluntad se quedó. Y mientras la mujer se acercaba, la niña cayó a tierra, pero, tan pronto como Antonio oró e invocó el nombre de Cristo, la niña se alzó sana, porque el impuro demonio la había dejado.
Entonces la madre bendecía a Dios y todos Le daban gracias, mientras Antonio se regocijaba porque regresaba a la montaña, y se sentía como si regresara a su casa.
Antonio era un hombre muy sabio. Y lo admirable es que, aunque no había aprendido letras, era inteligente y prudente.
Dos filósofos griegos, una vez se acercaron a él, pensando que serían capaces de poner Antonio a prueba. Estaba entonces en la montaña exterior.
Juzgando por sus caras se dio cuenta de qué tipo de personas eran, y despues que salió a su encuentro, con la ayuda de un intérprete les dijo; «Por qué pasasteis por tanto esfuerzo, oh filósofos, con el fin de encontrar un hombre necio?»
Cuando le dijeron ellos que no es un necio para nada, sino por el contrario es muy prudente, él les respondió; Así que si habéis venido a un hombre necio, vuestro fatiga es vana; pero si creéis que soy prudente, entonces deberíais volver como soy yo, porque debemos imitar lo que es bueno.
Si yo hubiera venido a vosotros, os habría imitado. Pero ya que habéis venido a mí, entonces deberíais volver como soy yo, porque yo soy Cristiano. Y los filósofos se marchaban admirados, porque podrían ver que hasta los demonios tenían miedo de Antonio.
Cuando de nuevo otros filósofos fueron y le encontraron a la montaña exterior, y pensaron burlarse de él, porque no había aprendido las letras, Antonio les dijo;
¿Entonces que decís? ¿Qué es anterior, la mente o las letras? ¿Y cuál es la causa del otro? ¿La mente es la causa de las letras o las letras de la mente?
Y cuando dijeron ellos que la mente es anterior y la inventora de las letras, Antonio les respondió; «En la persona, pues, que tiene la mente sana no hay necesidad de las letras». Esta respuesta dejó estupefactos tanto a éstos como a todos los que estuvieron presentes. Se marcharon, pues, admirados, porque vieron tanta prudencia en un hombre iletrado.
Y no tenía un carácter salvaje, aunque había sido criado en la montaña y permaneció allí hasta la vejez, pero era a la vez afable y sociable. Y estaba su palabra sazonada con sal divina, así que nadie le tenía envidia, sino más bien todos los que venían a él se alegraban por él.
Fin de la tercera parte