La oración de Catalina
Por la noche antes de que Catalina se caiga en su cama, ella hace esta oración:
Oh mi dulce Virgen, protege a mi padre, a mi madre, mis hermanitos, mi tía y todos mis familiares.
Protege a todo el mundo y a los niños buenos. Guárdame hasta la mañana y hazme una buena y prudente niña.
Alguna vez Catalina está distraída y está haciendo su oración con los ojos cerrados por somnolencia. Entonces ella se equivoca y dice:
- Oh tía mia, protege mi Virgen María. O: - Hazme digna y guárdame hasta la mañana para ser una niña buena.
Pero esto no es nada. La Virgen María sabe lo que ella quiere decir y la escucha.
El problema es, que muchas veces Catalina, por mucha somnolencia, se aburre a decir su oración. Y otras veces lo olvida y a veces se pone terca y llora.
- No te da vergüenza, que la Virgen Maria te esta viendo? su abuela le dice. - La Virgen no puede ver en esta dirección, responde Catalina. Yo sé hacia qué dirección están sus ojos girados.
Efectivamente, los ojos de la Virgen están vueltos a lo alto hacia el techo. Es una buena imagen antigua. Está colgada en la pared, sobre la camita de Catalina.
- La Virgen Santa puede ver en todas partes. Ella ve donde quiere, le responde su abuela. Pero aunque ella no te vea, ¿acaso no te escucha?
Ciertamente. La Virgen María tiene oídos. Y Catalina está ahora pensando, que los oídos de la Virgen lo pueden oír todo, no importa a qué dirección están girados. Sin embargo, Catalina aunque lo admite esto, no se levanta para hacer su oración.
La abuela de Catalina sufre mucho, para conseguir que ella haga su oración.
Alguna vez la abuela se aburre de la testarudez de Catalina y la deja dormir sin oración. - Así, como un niño malo, le dice.
El día después Catalina no es para nada una niña buena. Ella es traviesa. Su mamá está discutiendo con ella y en la mesa no le permiten la fruta.
¡Naturalmente! Ella no hizo su oración, ¡no le pidió a la Virgen a ayudarla! Entonces, ¿cómo podría ser ella una buena niña?
Catalina se arrepintió. Por la noche en cuanto tenga sueño está diciendo su oración por sí misma, sin que se lo pidan de ella. Ahora Catalina es una buena chica.
Ella es tan linda a verla y a escucharla. Ella se arrodilla a su camita y levanta su cabeza con los rizos rubios hacia la imagen.
Ella cruza sus manitas frente a su pecho y su vocecita dulce y limpia se escucha decir: «Oh Virgen María, protege a mi padre, a mi madre...
Luego como un pajarito se inclina en su camita y ella se queda dormida.
La madre
Marica, Nitsa y Mimis, los tres hermanitos, estaban jugando en una habitación, que era todo para ellos solo.
Habían puesto en el medio sus juguetes, sus buenos, nuevos juguetes, regalos la mayoría de ellos de la última noche vieja.
Marica estaba arreglando su muñeca. Nitsa estaba lavando la tacita de su propia muñeca, para darle de beber su leche, como su madre estaba haciendo para ella. Mimis estaba sintonizando una y otra vez su juguete de ferrocarril.
Sin embargo los niños no estaban contentos. Estaban jugando sin ganas y estaban refunfuñando para nada.
- Te lo dije mil veces, Nitsa, a no lavar aqui las tazas. Estás tirando agua por todos lados, dijo Marica. - ¿Dónde ves las aguas? contestó ella molestada. Solo fue una gota que cayó y ya se ha secado.
- Vamos, ¡quítaos del camino, os digo! El ferrocarril está pasando, Mimis estaba gritando. - Oye Mimi, ¿qué son esos gritos? dijo Marica. ¿Te estas olvidando, que la madre esta enferma?
Mimis, que estaba corriendo por detrás de sus vagones, como si el también fuera una machina sintonizada, se detuvo de repente. Abrió sus ojos ampliamente, miró como asustado hacia la puerta y dijo lentamente: - ¡Ay de mi! ¡Qué me pasó!
Nitsa, llevando la pequeña toallita de su muñeca, se acercó a él y empezó hablándole en serio. Le estaba hablando como una abuelita, que sabe muchas cosas.
- Te lo hemos dicho tantas veces, ¡pobre de ti! No está bien para mamá que escuche ruidos. ¿Dónde tienes tu mente, hijo mío?
El niño, que no podría entender como pudo olvidarlo y en cambio hizo ruido, se abstuvo en un rincón avergonzado. Y el ferrocarril detuvo su viaje.
- ¡Ah! Pero finalmente cuando va a estar bien la madre, dijo marica en un rato suspirando, sentando su muñeca en una silla pequeña. - ¿Qué podría hacerla mejorar más pronto? preguntó Mimis tímidamente.
- ¡Primero que todo para no escuchar tus gritos! Marica le dijo severamente. - Bien con eso. ¿Pero qué más? - ¿Qué más? dijeron las chicas y se miraron. Venid, vamos a pensar.
Se habían vuelto serios ahora los tres. Los tres el mismo pensamiento tenían dentro de su cabecita: Que podría hacer la madre sana más rápido.
De repente, Nitsa se puso a llorar. - No encuentro nada, dijo, nada. - Yo tampoco encuentro, dijo Mimis y se golpeó sus rodillas entristecido, como un hombre adulto.
La niñera me ha dicho, Marica dijo lentamente, que en su tierra, cuando alguien se enferma, envían ofrendas al templo y el enfermo se cura. También debemos enviar ofrendas, dijeron los otros dos niños, sin siquiera saber que significa esa palabra.
- Todo lo que te duele, lo haces de plata y lo ofreces a la Virgen María. Pierna, brazo, lo que te duela, explicó Marica. - ¡Nosotros deberíamos enviar toda una mama de plata! dijo Nitsa.
¿Pero donde vamos a encontrar dinero? - ¡Nadie debe saber nada! - Si, ¿pero donde vamos a encontrar el dinero, que necesitamos?
Los niños ahora eran agitados. Cada uno tenía algo de proponer.
De repente Marica dijo: - ¡Vamos a vender nuestros juguetes, niños! ¡Vamos a darles a la niñera para venderlos! - ¡Sí, bien dicho! ¡Buena idea! Vamos a venderlos todos nuestros juguetes.
Tanto se distrajeron los niños sin embargo con su discusión, que no entendieron que la puerta silenciosamente se abrió y apareció el padre. El habia escuchado sus voces y vino a ver que estaba pasando.
De las pocas cosas que escuchó y vio, entendió lo que estaba pasando dentro de las almas pequeñas de sus hijos.
Emocionado y apenas manteniendo sus lágrimas, se acercó a ellos, los abrazó a los tres y les dijo:
- No hay necesidad, o mis hijos dorados, a vender vuestros juguetes. No hay necesidad a enviar ofrendas al templo. La Virgen María, que está en todas partes, os ha escuchado y ha entendido vuestra agonía.
Ella va a curar a su madre. Pero para esto la ayudará también el amor que tenéis para ella. Porque el amor es la mayor fuerza que existe en el ser humano.
Venid ahora vamos lentamente todos juntos, para verla por un instante y a enviarla desde lejos el beso de nuestro amor.
El peso de la tristeza se fue al instante desde los corazones de los niños. Se colgaron de los brazos de su padre y lo siguieron.
Apagando con dificultad sus voces alegres, se acercaron a la puerta del cuarto de la madre. La abrieron lentamente y desde ahí cada uno la envió un beso.
Los hermanitos amorosos
El pequeño Costas y Lela estaban listos para salir. Se irían a dar un camino con su padre.
El pequeño Costas estaba en estado de gran alegría y estaba saltando dentro del comedor. De repente el pequeño Costas se tropezó en un florero grande. El florero se cayó y se rompió en mil pedazos.
Lela, estando muy triste por el descuido de su hermano, corrió para ayudarlo. Se agachó y empezó a recoger las piezas rotas.
En ese momento entró el padre. Vio lo que Lela estaba haciendo agachada y estando enojado gritó:
- ¡Descuidada, rompiste el florero, y por encima no dices nada! Te quedarás en casa, por lo tanto, para que aprendas la otra vez a ser más cuidada.
Lela bajó los ojos y no dijo nada.
El pequeño Costas desconcertado miró por un momento a Lela, luego a su padre y dijo: - ¡Lela no, padre! Me quedaré yo en casa, porque yo rompí el florero.
El padre se paró por un momento y miró a sus hijos con emoción. Luego los abrazó ambos y dijo:
- Vendréis los dos conmigo, porque ambos sois buenos niños. Tu, Lela, porque sin queja aceptaste ser castigada por el bien de tu hermano. Y tu, pequeño Costas, porque no consentiste en ocultar tu error. Venid a darme un beso y vamonos.
Con la cara sonriente y lágrimas en los ojos el pequeño Costas y Lela corrieron y besaron a su padre. Luego los tres felices salieron fuera.
Lela y el pequeño Costas no van a olvidar nunca ese día. Ambos dieron a través de su amor una gran alegria a su padre.
La queja de Marica
Marica tiene una queja oculta. Marica quiere a sus primitos y sus compañeras de clase con todo su corazón. Ellas sin embargo no la quieren. Marica lo entiende, porque en sus juegos no juegan con ella.
¿Pero como pueden quererla? Marica, mientras ella es tan buena, también tiene un defecto muy grande. Ella está siempre sucia.
Todas las mañanas, mientras toda la gente se están lavando, Marica no quiere lavarse. Tiene miedo al agua, como si fuera fuego.
Mientras que todos los niños todos los dias se estan peinando, Marica no quiere peinarse. ¡Como si tuviera miedo que la peine la va a comer con sus dientes!
Si no estuviera allí su madre, para lavarla y para arreglarla, Marica saldría de su casa, sin mojar ni siquiera sus dedos en el agua.
Pero todos los esfuerzos de su madre son en vano. Tan pronto como Marica se queda sola, no pasa ni una hora y es otra vez sucia.
Qué fea ella parece ahora! Sus vestidos están llenas de suelo y sus mejillas polvorientas y sudorosas.
Su cabello es como una maraña de hilos enredados. Sus zapatos están llenos de barro. Y si hables sobre sus manos, ¡ay!
El jardinero el tio Yiannis, un dia que vio sus manos tan sucias, le dijo: - Ven, Marica ¡déjame plantar albahaca en tus manos! ¡Qué vergüenza!...
Y esperad hasta que veáis ¡qué más está haciendo! Está limpiando su pluma usando su delantal. Y algunas veces de hecho también está usando sus labios.
Pero también todas las cosas que son suyas, todas son parecidas a ella. Su muñeca, que fue tan bonita, cuando se la regalaron, ahora esta toda sucia y su cara no se puede reconocer. Sus otros juguetitos están en el mismo y peor estado. Sucios y miserables.
Por esta razón ninguna otra niña quiere jugar con ella. Todas la evitan.
Y si preguntáis sobre sus libros y sus cuadernos, ¡ay! Todos estan rasgados, desmantelados y sin sus fundas. Sus paginas están arrugados en los bordes, llenas de tinta y de migas.
¿Cómo podrían entonces sus compañeras quererla? ¿cómo podrían dejarla tocar sus libros, sus juguetes o sus dibujos? ¿cómo podrían jugar con ella, ya que ella está siempre sucia y la detestan?
Marica es bastante lista y diligente. Ella escribe bastante bien. Sin embargo ella nunca recibió una buena nota en caligrafía. Podéis adivinar por qué.
Ella derrama tintas por todos lados de su pluma. Tintas en sus libros, tintas en sus cuadernos, tintas en su delantal. Incluso también su cara y su pelo están manchados de tinta. Podrías pensar que lo esta haciendo en propósito.
Que no tenga por tanto ninguna queja, que los otros no la quieren y que lo intente mejorarse.
Y si vosotros, mis pequeños amigos, conocéis a algún niño, quien tiene el defecto de Marica, deberíais darle leer esta historia. Yo creo, que lo beneficiaréis.
La enseñanza que hacen las flores
Dentro del aula del pequeño Costas, en una linda mesita, están colocados unos cuantos floreros.
Los niños están siempre cuidando en turnos a decorarlos con flores de la época: violetas, lirios, rosas, margaritas, claveles y otros, que hacen el aula alegre y jovial.
Dicen que las flores, donde quiera que estén, ya sea en los jardines, o en los valles, o en los bosques, tienen el hábito a hablar en secreto con el aire y con las mariposas.
Esto es lo que estaban susurrando en un tiempo las flores en los oídos de los niños lentamente lentamente, de una manera que nadie más podría escucharlo.
- Queridos niños, ¿sabéis por qué nuestros pétalos son suaves como el terciopelo? ¿sabéis por qué olemos así de bien? Porque todos los dias el sol nos da vida con su luz, el aire limpio nos arrulla con sus caricias y la niebla de la mañana nos lava.
Vosotros también sois flores como nosotros. Por esto, si también quieréis hacer mejillas rojas, deberíais vivir cuanto más podéis fuera, en el aire puro y en el sol, a lavar todo vuestro cuerpo con el agua limpia.
¡Mirad! Nos habéis puesto aquí uno al lado del otro y formamos un ramo lindo. Vosotros también podéis convertir aquí dentro en un vivo ramo hermoso.
Estas cosas dijeron una vez lentamente lentamente las flores. Y los niños los escucharon bien. Porque en el aula del pequeño Costas nadie puede ver niños pálidos o sucios o desaliñados. Todos los niños son como un ramo de flores frescos.
El Domingo
Tan pronto como el sol dejó su luz caer sobre la ventana, la madre, que se habia despertado mucho tiempo antes se fue a despertar los niños.
- ¡Eh! niños, levantaos. ¿No estáis escuchando la campana que nos está llamando? - Ahora mismo, mamacita, gritaron todos juntos y saltaron de su cama.
La madre lavó a Yiannis y Mimis, con agua fresca los peinó y empezó a vestirlos.
Mientras tanto la pequeña Helen estaba preparando la bebe, como había prometido desde la noche anterior. Luego su madre la ayudó a vestir ella también.
Los niños ahora estaban listos. Sus rostros, rojos brillantes y limpios. Con su ropa de fiesta estaban brillando por la belleza. En un rato partieron para ir a la iglesia.
Su madre estaba sosteniendo la bebé por la mano y los otros tres niños caminaban adelante, prudentemente uno al lado del otro.
Cuando entraron en la iglesia, todavía no había mucha gente y así se sentaron en la parte delantera del templo.
El sacerdote Vangelis, con su estola de oro, empezó a cantar. ¡Que hermosa voz él tenía! Estaba cantando lentamente, con devoción, y los niños lo estaban escuchando con la boca abierta.
Estaban mirando a los iconos y de vez en cuando levantaban la cabeza y estaban mirando a Jesús Pantocrátor, con admiración Quién estaba pintado a lo alto, en la gran cúpula.
La madre habia dicho que de ahi arriba Él bendice al mundo entero y a los niños parecía Él como vivo.
De hecho Mimis dijo una vez, que vio Su mano a moverse. Y la pequeña Helen, dijo que Él le sonrió con amor, moviendo Su cabeza.
En un rato el diácono subió en el púlpito, para leer el Evangelio. El libro sagrado estaba abierto delante de el, sobre una paloma dorada con sus alas abiertas.
A la derecha y a la izquierda, estaban los púlpitos de los cantores. Cerca el púlpito derecho, en un banco alto, el cantor derecho estaba cantando y al otro lado de el el cantor izquierdo estaba respondiendo, desde su banco alto, él también.
Los niños admiran los cristalinos dorados candelabros, con sus muchas velas, y no dejan de mirarlos, cada vez que estan viniendo en la iglesia.
También admiran los plateados lámparas de vigilia, que están encendidas y colgadas delante de los iconos.
¡Toda la iglesia huele muy bien por el incienso! El Sacerdote Vangelis susurra oraciones lentamente dentro del presbiterio. También sale frente a la puerta central del iconostasio y ahí deletrea las oraciones con voz más alta.
Al final, manteniendo a lo alto el grial de plata, pasa a través de la gente y entonces todos inclinan sus cabezas hacia abajo con reverencia. De hecho, algunos también se arrodillan.
La liturgia ha terminado. El sacerdote Vangelis está repartiendo el pan santo. Los niños toman el pan santo y le besan la mano, luego besan los iconos y salen de la iglesia con su madre.
Inmediatamente corren al panadero callejero, porque sienten gran hambre. Cada uno de ellos tiene en el bolsillo la propina del domingo, que el padre y la madre les están dando.
Cuando habían avanzado hacia la casa, la madre vio, que la pequeña Helena no estaba comiendo pastel. - ¿No compraste pastelito, pequeña Helena? - No tengo hambre mamá. - ¡Extraño! Dijo ella y la miró con algo de preocupación.
En un rato llegaron a casa. En el momento en que estaban entrando, su madre gritó asustada: - ¿Dónde está la pequeña Helena?
Los niños salieron fuera otra vez, para ver que estaba pasando. Ahí abajo a la orilla de la calle, la vieron estando de pie y hablando con un niño pequeño.
- Está hablando con un niño mendigo, dijo Yiannis a su madre. El domingo pasado también este niño estaba en el mismo lugar. Está llevando una ropa muy usada.
- Esta no es una razón, hijo mio, por no hablar con él, dijo la madre. Y entiendo muy bien que esta pasando. Vuestra hermana no compró un pastel para dar su dinero a este pobre niño.
- Si, madre, dijo Mimis entonces. Ella podría haber comprado un pastel y también dar dinero al pequeño mendigo. - Y aun así quedaría dinero, dijo Yiannis.
Mientras tanto la pequeña Helena vio, que habían parado su madre y sus hermanos y la estaban mirando desde lejos. Ella rápidamente corrió cerca de ellos.
- ¿Se lo diste todo a él? la preguntó Yiannis con curiosidad. - Por eso no compraste un pastel, ¿verdad? Te hemos pillado, señora, también Mimis le dijo a ella.
La pequeña Helen se sonrojó. Estaba allí parada con los ojos mirando hacia abajo y tenia miedo mirar a su madre.
Ella estaba pensando así: ya que los niños me hablan así significa, que la mama no está contento conmigo. Y tiene razón, porque me escondí de ella la verdad. La mentí a ella, que no tenia hambre.
La madre habló sin embargo y su voz estaba llena de alegría. - Escuchad niños, la pequeña Helen ha hecho algo muy bueno y muy amable!
Dijisteis antes, que ella podría comprar un pastel y regalar también el resto del dinero al pobre niño.
Sí podría, pero ella sintió la necesidad a hacer algo aún mejor. A sacrificar este pequeño placer, para dar un aún más grande al niño pobre.
Y en vez de decir a ella, Mimis, «te hemos pillado», como les dicen a los, que han hecho algún mal acto, deberías haberla dicho:
«Ay mi hermanita, lo veo, que tienes el mejor corazón que todos nosotros!» Estas cosas dijo la madre de ellos y comenzaron de nuevo a caminar hacia la casa.
Todos estaban mirando ahora a la pequeña Helen con orgullo, quien caminaba adelante, sosteniendo a su hermanita de la mano. Su rostro brillaba de belleza y ella parecía exactamente igual como los ángelitos, que habian visto en la iglesia, pintados en los iconos.
Los mejores trabajadores
Una pequeña mano, mis queridos amigos, está pintado en la imagen. Es una manita como la tuya con cinco dedos. Cinco deditos, que tienen sus uñitas cortados y limpios.
Esto por supuesto lo sabéis. ¡No hay ninguna necesidad para que os lo diga yo! ¿Sabéis sin embargo, que cada dedo pequeño tiene también un nombre;
El dedo gordo, que se encuentra al lado, aparece que es el líder. Y ciertamente es el líder, ya que en cada tarea que los otros dedos están haciendo, está siempre ayudando. Por esta razón su nombre es: Gran Dedo o pulgar.
El otro dedo, que está cerca del gran dedo, tiene el hábito de señalar. De hecho a veces ese hábito es muy malo. Ten cuidado, cuando este dedo señala en la calle a algún hombre desconocido. Es un hábito muy feo.
Este dedo que señala, se llama dedo Índice. Y debéis decir a vuestro dedo Índice, que no es bonito cuando la gente lo ve en la calle señalando.
El tercer dedo es más largo que todos los demás. Por esta razón sus hermanitos lo han puesto en el medio y lo estan llamando: dedo Medio. Por lo tanto el señor Medio parece más largo y jactancioso.
El cuarto dedo, porque esta cerca al dedo Medio, lo llamamos: «al lado del medio» y porque alguna gente en este dedo se ponen anillo también lo llamamos dedo Anular. Este dedo siempre ayuda el dedo Medio.
El quinto dedo es el más delgado y el más lindo pero es también el mas pequeño de todos; por esta razon su nombre es dedo Meñique.
Vuestros cinco deditos viven en una casita, que se llama mano. En este momento, que estáis viendo la mano en la imagen, los dedos están teniendo un consejo.
- Tengo hambre, dice el dedo Pulgar. - Yo también tengo hambre, ¡pero no tengo nada para comer! dice el dedo Índice.
- ¿Qué vamos a hacer? dedo el dedo Medio. - No sé... susurra el dedo Anular, rascándose su cabeza.
- ¡Vamos a trabajar! el dedo Meñique grita. ¡El que trabaja, come! ¡El que no trabaja, no come! Por lo tanto, si queréis que nos comemos, debemos ponernos a trabajar.
Los cinco hermanos escucharon a los consejos del pequeño y desde entonces empezaron a trabajar. En su trabajo los estan acompañando también los otros cinco hermanitos, que se encuentran en la otra mano.
Y nunca pasaron hambre. Se están cansando, están sufriendo, están saliendo lastimados, se están ensuciando, están sufriendo de callos, pero están siempre trabajando.
Nos están alimentando, nos están vistiendo, nos están construyendo casas, nos están entreteniendo, nos están curando. Son gigantes de verdad.
Realmente, cuantas cosas están haciendo la gente con tales trabajadores dignos que tienen.
El pequeño capitán
A little Dimitris le regalaron en su día de santo un casquillo militar con galones de oro. Tres pequeños compañeros de su clase vinieron a desearle todo lo mejor y a jugar con el.
El pequeño Dimitris lleno de alegría mostró a sus amigos el casquillo militar y dijo: - ¡Mirad que me ha regalado mi padre para el día de mi Santo! ¿No parece realmente como militar? - ¡Que bueno es! gritó el pequeño Costas. Es igual como los que llevan los oficiales!
- ¿Sabéis lo que podríamos hacer? dijo Pericles, cuya cabecita siempre bajaba ideas para juegos. Hagamos como si somos un ejército. Y tú, Dimitris, serás nuestro capitán, ya que es tu día de santo hoy y también tienes la gorra militar dorada.
- ¡Y yo llevaré la bandera! Jorge gritó, que también quería tener la supremacía. - Aquí está, ¡tómala ya! Dijo el pequeño Dimitris.
Puso en su mano un pequeño palo y le ató su pañuelo en el otro lado. Él mismo se puso la gorra militar, y le quedaba perfecto.
- ¡Atención! Adelante… ¡marcha! ¡Uno, dos, uno, dos! ¡Marcha rápida! Y comenzaron a marchar dentro de los callejones del jardín.
- Batallón... ¡Alto! mandó el capitán y señaló a los otros el enemigo. Era Negruzco, su gato grande, que estaba acostado reposadamente en la pared del potrero. - ¡Ahí está el enemigo! ¡Fuego! ¡Bam! ¡Boom!
El ejército valiente tomaron posición y estaban disparando con sus fusilitos de madera. Los tiroteos estaban gritados en voz alta de sus bocas. El gato sin embargo permaneció indiferente y soñoliento en su lugar, sin siquiera voltear a mirarlos. - ¡Atacadle! ¡Marcha! El capitán ordenó de nuevo.
Pero mientras estaban corriendo rápido hacia la pared, el capitán tropezó en una roca y se derrumbó majestuosamente en el callejón. Pericles y el pequeño Costas corrieron inmediatamente para levantarlo.
- ¿Estás herido? el pequeño Costas le preguntó asustado. El pequeño Dimitris se levantó. Su rostro estaba todo pálido. Mostró su pierna regordeta, que estaba lesionado en la rodilla. Se habia rascado por una grava puntiaguda y de la herida corría sangre...
- ¡Ay! me duele mucho! Gritó el pequeño capitán y casi comenzó a llorar. Sin embargo, se detuvo, porque se le vinieron a la mente las palabras, que su padre le habia dicho, cuando le dio la gorra militar. - Ahora parecerás como un soldado verdadero, Dimitris hijo mío, y debes comportarte como un hombre.
Bien, los soldados no lloran nunca, y tampoco los capitanes, el pequeño Dimitris estaba pensando. Pero mientras Pericles y el pequeño Costas le estaban ayudando con toda la formalidad para ir cojeando a la casa, sus ojos resoplaron por el dolor y una lagrima se rodó su mejilla.
Justo detrás Jorge venia con su bandera. - ¿Qué os ha pasado niños? preguntó la madre, cuando el ejército se detuvo debajo de la ventana del comedor.
- Estábamos jugando los soldados, dijo el pequeño Costas con el rostro pegado al suelo y con palabras arrastradas, y mientras nos peleábamos la guerra, ¡nuestro capitán se lastimó gravemente!
La madre salió inmediatamente corriendo. Recibió el heroe herido en sus brazos, le trajo adentro y le lavo la rodilla con agua hervida, que guardaba siempre en una botella.
- ¡Bien hecho! le dijo, ¡eres un buen chico y no estas llorando! - Empleé mi mejor esfuerzo para no llorar. El padre dijo, que los verdaderos oficiales no están llorando nunca, el pequeño Dimitris respondió.
- Efectivamente, hijo mío, dijo el padre, que, mientras tanto, habia venido. Veo que llegarás a ser un hombre valiente cuando crecerás.
- ¡Por supuesto llegará a ser valiente! Dijo Pericles. Si estuviera yo en su lugar, agitaría al mundo con mi llanto. ¡Viva, pues para nuestro capitán! - ¡Viva! gritaron todos, mientras el pequeño Dimitris se estaba riendo por su alegría.
La escuela de los pájaros
- ¡También los pájaros van a la escuela cada mañana! El profesor estaba diciendo un dia en el aula de Froso. Pero esa escuela no tiene ni paredes, como el nuestro, ni techo. Su techo es el cielo y su suelo las ramas de un gran árbol de roble en la pradera.
Su maestro es el señor Mirlo, con el hermoso vestido negro suyo y con su melódica voz. Tan pronto como silba, todos sus alumnos alados se reúnen a su alrededor y la lección comienza.
¡Cada estudiante dice su lección cantando! Y cada uno explica a su propia manera, como encuentra las semillas y como coge los insectos y los gusanos.
El alumno más alegre es el Pinzón con su verde-amarillo abrigo. Él cree, que es siempre primavera.
Un estudiante muy cuidadoso es el lindo Jilguero, con el pequeño fez rojo en la cabeza y con los galones de oro.
El Petirrojo siempre se jacta por su hermoso chaleco y por eso a veces se vuelve inatento. La lista Urraca, por otra parte, con el penacho en la cabeza, siempre está hablando del bosque.
El Cuervo a menudo recuerda el mito del zorro astuto y del queso. La golondrina está contando sus viajes.
La Alondra, él también con el penacho en la cabeza, está cantando la alegría que siente cuando se lanza como una flecha en lo alto del cielo o cuando se cae como una piedra abajo en los campos.
No nos olvidemos el Cuco también, el perezoso con su monótono canto, así como el astuto Gorrión.
Pero los estudiantes de este colegio son tantos, que necesitamos mucho tiempo para mencionarlos a todos.
Cuando termine la clase, el ruiseñor, pobremente vestido, mira a su alrededor con sus ojitos inteligentes y comienza una canción melódica, que ningún otro pájaro puede cantar.
Entonces también el señor Mirlo silba una vez más y todos los pájaros como un rayo se dispersan a los cuatro puntos del cielo.
Otoño
El otoño trajo consigo la lluvia bendita y el clima fresco.
El cielo ahora no es como en el verano siempre azul. Nubes negras a menudo lo están cubriendo y los pájaros ya no estan cantando en los árboles.
Los senderos del bosque están cubiertos con hojas secas y las ramas desnudas parecen como si tengan frío.
Thanasis y la pequeña Eugenia, dos niños pequeños del pueblo, estan subiendo la cuesta y estan entrando en el bosque. Su madre les está enviando para recoger hojas secas, para Mosjula, su cabrita para dormir sobre ellas y no pasar frío.
Muchos niños vienen al bosque y pretenden estar trabajando como los adultos, solo para jugar. Pero estos dos niños no han venido para jugar. Thanasis esta tirando del carrito y la pequeña Eugenia lleva un saco grande a su espalda.
Comenzaron la recogida de las hojas. Para llenar el pequeño carrito y el saco, ellos deben agacharse y volver a agacharse muchas veces.
Ellos trabajan con su corazón, sudan, se cansan. Ellos no paran sino sólo por un momento, de vez en cuando, para recuperar el aliento.
¡El sol sube y las nubes grisaceas están brillando! ¡Que hermoso es el bosque ahora! ¡Y qué bien huele la tierra mojada!
Las hojas, que están recogiendo, son rojas, amarillas, marrón y cuando el sol cae sobre ellos, parecen como de oro.
Están recogiendo muchas brazadas más. El pequeño carrito se ha cargado, el saco se ha llenado hasta el borde. Otra vez vuelven a tomar el camino al pueblo.
El camino ahora es cuesta abajo. La pequeña Eugenia se dobla cada vez más por el peso del saco. Thanasis se ha calentado, se ha puesto rojo. Los dos hermanos estando cansados se detuvieron y se sentaron un poco, para descansar.
- Mañana vendremos de nuevo, para recoger conos de pino, dijo Eugenia. La madre los necesitará para encender el fuego en el invierno.
- Deberíamos volver para recoger babosas, dijo Thanasis. ¡Vi muchas sobre las hierbas! Las llevaremos a la madre para cocinarlas.
- No, esto no es nuestro trabajo. Pueden ser venenosos. Las babosas y los champiñones, la persona que los recoge debe conocerlos.
El sol, que salió de las nubes, estaba lentamente calentando la campiña. Los niños ahora ven su choza de casa luciendo blanco desde lejos. De su chimenea se escapa un poco de humo.
- Los niños saben que quiere decir este humo. Dice que la sopa de judías se esta hirviendo en el fuego y esto les da fuerza. Un poco más y han llegado.
Y ahí está su madre, que los está esperando en el umbral de la puerta. Ella los ve y grita desde lejos: Bienvenidos mis hijos. Venid y la comida está preparada.
¡Ay! que rica les parecerá ¡y con cuanto apetito ellos comerán esta sopa de judías que han ganado con su trabajo estos pequeños trabajadores!
El pequeño Fotes
El pequeño pueblo de Fotes no tenia colegio. El pequeño Fotes que quería obtener una educación, como decía, estaba yendo al colegio del pueblo vecino, que estaba bastante lejos.
Una noche Fotes regresaba tarde a su pueblo. Su madre le había pedido de hacer la compra y llegaba tarde.
Era el final del otoño y cuando llegó al bosque, había caído una espesa niebla.
Fotes apenas podría discernir el camino. Por suerte el había pasado de allí tantas veces, si no podría tomar alguna otra ruta.
Así mientras caminaba, le pareció que oyó gritos y gemidos dentro de un campo a su lado derecho. Se detuvo para mirar, pero dentro de niebla tan espesa no podría discernir nada.
Entonces se asustó y empezó a correr con todas sus fuerzas, pero un pensamiento valiente le hizo parar de nuevo:
- Hay alguien, se dijo a si mismo, quien esta sufriendo y está pidiendo ayuda. Tal vez pueda ayudarle. Debo mirar para ver dónde está.
Este pensamiento restauró todo el coraje al pequeño Fotes. Los gemidos continuaban. Volvió atrás y caminó hacia el lugar, de donde había huido.
Prestó mejor atención y distinguió la voz de un niño pequeño. Guiado por la voz, no tardó en encontrar una niña pequeña caída al suelo.
Por causa de la niebla había perdido el camino y ella habia entrado en los campos. Se había caído dentro de una bastante profunda zanja y no podría levantarse. Había sido golpeada en una roca y corría sangre de su frente.
Fotes levantó la niña pequeña, y la limpió con agua limpia que había en la zanja.
Luego vendó la herida en su frente con el limpio pañuelo que encontró en su bolsita.
Después de todo esto la tomó de la mano y la sacó de la zanja.
La niña estaba temblando y no podía hablar. Y sólo cuando avanzaron, ella dijo que su casa estaba al principio del pueblo. ¡Cuánto se regocijaron sus padres tan pronto como la vieron!
La niñita se cayó en los brazos de su madre y no podría hablar. Fotes explicó que había pasado.
- Te lo agradecemos mucho buen muchacho, los padres le dijeron. Y el pequeño Fotes fue a su casa complacido.
El pequeño capitán del barco
El abuelo del pequeño Dimitris era marinero. Ahora estaba viejo y ya no viajaba. Muy a menudo sin embargo estaba recordando los viajes, que estaba haciendo cuando era joven y los estaba contando a su nieto.
Y el pequeño Dimitris no podría querer nada más. Cuando el abuelo contaba las extrañas historias de sus viajes, el pequeño Dimitris estaba pensando, que es muy bueno que alguien sea marinero. Siempre estás viajando y ves tantos lugares.
Un día, el pequeño Dimitris logró convencer a su abuelo, a fabricar para el un bonito botecito de madera.
- ¿Y tú crees, abuelo, que va a navegar bien mi barco? el pequeño Dimitris estaba preguntando. - Navegará perfectamente bien, si pones las velas bien. Ningún barco puede navegar bien, si el capitán no está haciendo bien su trabajo.
Cuando el pequeño Dimitris escuchó estas palabras, se puso serio y pensó con orgullo: - ¡Yo seré un buen capitán! Y por supuesto, ¿puede algun otro ser el capitán, ya que el barco es mio?
Por lo tanto, no podía esperar el momento que su barco sería acabado. Colocaría en ello sus mástiles, sus velas y su colorada banderita. Lo pintaría y lo metería en el agua en los pequeños puertos, que estaban en la playa cerca de su casa.
El pequeño Dimitris sin embargo fue también alumno y tenía que ir al colegio también.
Antes de que el abuelo le hiciera el barquito, Dimitris era un estudiante muy diligente. El profesor le quería y siempre le daba buenas notas. Pero cuando el botecito se fue de las manos del abuelo y se fue a las manos del pequeño Dimitris, las cosas cambiaron.
Muy a menudo el pequeño Dimitris no llegaba al colegio a tiempo. ¿Por qué le estaba pasando esto al pequeño Dimitris? ¿Él, que en otros tiempos era tan diligente y continuamente recibía elogios de su maestro?
Os lo voy a decir con gran pena. El pequeño Dimitris se iba temprano desde su casa para ir al colegio. En el camino sin embargo, mientras pasaba por la playa, estaba perdiendo el tiempo, porque estaba metiendo su barquito a flotar en los puertecitos.
Cuando terminaría su juego, escondía su barquito dentro de unas rocas, que solo él sabía su lugar escondido y se iría corriendo al colegio para llegar a tiempo a la classe.
Al principio lo lograba. Pero con el paso de los días, lo disfrutaba tanto a quedarse más tiempo en el pequeño puerto, para jugar con su barquito.
- ¡Eh! ¿como vas con tu barco capitán? le preguntaba el abuelo. - ¡Genial! Decía el nieto. Mi barco está navegando perfectamente y creo, que muy pronto me convertiré en capitán en un barco grande.
Pasaron dos semanas y en el colegio pasó algo muy malo para el pequeño Dimitris.
El profesor ordenó, a través de un otro niño, al abuelo de pequeño Dimitris, de ir al colegio porque le quería ver.
El abuelo se apresuró y se fue al colegio todo preocupado. Estaba pensando, que algo malo debe haberle pasado al pequeño Dimitris.
Entró en la oficina y esperaba para el profesor. En un rato entró el profesor junto con el pequeño Dimitris.
- Os he llamado, dijo el profesor al abuelo, para deciros, que no soy en absoluto contento de vuestro nieto. Se está quedando atrás en la clase y en la escuela viene siempre tarde.
El pequeño Dimitris entonces se sonrojó. Sus ojos llenaron de lágrimas, cuando vio la cara entristecida de su abuelo. Y porque el pequeño Dimitris nunca decía mentiras, confesó lo que estaba haciendo en el camino y llegaba al colegio más tarde.
- ¿Puedes ver, mi hijo, le dijo su abuelo, qué has hecho? Si quieres ser un buen capitán, debes aprender a gobernar primero a ti mismo.
El pequeño Dimitris entendió muy bien las palabras de su abuelo. Prometió, que no lo volveria a hacer y que no descuidaría sus aprendizajes para el juego.
Fin de la primera parte