Ellos ni siquiera terminaron probando de la fruta prohibida el placer fraudulento, y he aquí las terribles consecuencias de su transgresión. «Y fueron abiertos los ojos de ambos y se dieron cuenta, de que estaban desnudos».
El pecado, que cometieron, expulsó esa inocencia y pureza, con la cual Dios había decorado sus almas. Y ahora ambos se volvieron astutos.
Un nuevo espíritu y una nueva condición se apresuró en sus almas. Un espíritu de astucia y deserción. Y con los nuevos ojos, los cuales esta nueva condición abrió en ellos, ellos ven, que estan desnudos, y se avergüenzan.
Podían verlo también antes, pero no sentirían ninguna vergüenza. Su inocencia se usaba como una prenda tejida por Dios, con la que estaba cubierta su desnudez. Su pureza no permitiría ningun pensamiento astuto ni siquiera a acercarse en su mente.
Y si estuvieran desnudos, si uno podía ver el otro totalmente desnudo, sus almas sin embargo estaban predispuestos como si fueran las almas de inofensivos y inocentes infantes, los cuales con toda inocencia juegan juntos, sin que uno se preocupe con la desnudez del otro.
Ellos ven, que están desnudos. Y esto es una señal, que ahora ha cambiado su condición psicológica.
Para que la inocencia los abandone y esa ingenuidad pura, que anteriormente tenían, sus almas se pervirtieron y perdieron sus extraordinarias características, sus llamamientos justos, las gracias maravillosas, con los cuales la gracia del Espíritu Santo los había dotado. Se desnudaron tambien en el alma los transgresores protoplastos.
Ellos se desnudaron. Principalmente perdieron la paz y la serenidad de la buena conciencia. El sentimiento de que son culpables y de que violaron el mandamiento del Creador, comenzó como un clavo calcinado a perforar su corazón y a expulsar la alegría y el reposo de allí, y a verter el veneno de la amargura y de la agitación en sus profundidades.
Ellos se desnudaron. Todas las celestiales semillas de virtud, las cuales Dios había plantado en sus almas, con el propósito que Adán y Eva con su propia voluntad y opción de elección cultivarían y desarrollarían, estas semillas fueron quemadas.
Una nueva siembra tuvo lugar en sus corazones, una siembra, que fue hecha por el veneno de la desobediencia, una siembra, que detuvo las inclinaciones benevolentes hacia la virtud y hacia el bien las cuales hasta ahora se sentían los corazones de los protoplastos, y esclavizó sus voliciones hacia el mal.
Comienzan ahora a sentir ese otro ley del pecado, que domina sobre nuestra carne y el cual ley que se opone a la ley de nuestra mente, la ley de la virtud, y nos obliga muchas veces como si fuéramos prisioneros a ser arrastrados hacia el mal, sin ni siquiera quererlo.
Se desnudaron. Y se privaron de esa gracia, la cual sus almas estaban recibiendo de su comunicación continua con el Espíritu de Dios.
Y como les da vergüenza uno hacia el otro, igualmente y mucho más incomparablemente más ellos ahora no solo están avergonzados, pero también temen a Dios. Y por esta razón después de un tiempo se esconderán, sin atreverse, los miserables, a mirar hacia el rostro del Creador.
¡Pobre Adán! ¡Donde estabas y en que te has convertido! ¡Lo que tenías y lo que te perdiste! ¡En qué lugar tranquilo solías vivir, y en que condición de angustias y dolores te has resbalado!
Vergüenza por lo tanto, y desconcierto se está apoderando de los protoplastos. Ah, ese pecado, mi hermano, siempre trae consigo como una consecuencia inevitable la vergüenza y el desconcierto.
Cualquier pecado que llevas a cabo, es inevitable que llegará un momento, que lo mirarás y estarás avergonzado. La gente te preguntarán sobre este acto pecaminoso tuyo y tu lengua estará atada sin poder pronunciar una palabra.
Bienaventurados son ellos que sienten esta vergüenza a tiempo, durante un período de tiempo, cuando todavía pueden arreglar de su acto absurdo las consecuencias miserables. Felizes son ellos que experimentan esta vergüenza por su salvación y la corrección y el arrepentimiento.
Porque existen algunos otros, mi lector, quienes tanto han sido pervertidos por el pecado, de manera que no sólo no estan avergonzados, cuando lo cometen, sino también alardean neciamente y se están mostrando imprudentemente por sus acciones pecaminosas.
¡Pobre de mí! También llegará el turno para esta gente, cuando ellos sentirán la más terrible y la más angustiosa vergüenza.
Durante ese día terrible, cuando los ocultos de cada uno de nosotros se manifestarán, ¿cuanta vergüenza para esos, quiénes no habrán arrepentido para esos?
Entonces no existirán gente sin sentido y tontos para aplaudir sus obras ilegales. No se escucharán las risas amplias de los cómplices y transgresores.
Solo habrá presente alguna gente elegida, santa y pura, el mundo de los angeles y de todos los santos, los cuales voltearán sus modestos y santos rostros fuera de las imágenes repugnantes de las diversas transgresiones del mundo juzgado de los pecadores.
«Y llegaron a saber que estaban desnudos». Que criminal y que mentiroso se demostró el diablo que era! Él les prometió, que se abrirían sus ojos. Y de hecho abrieron. Abrieron, pero no como les había representado él.
Abrieron no para que ellos se conviertan en dioses, como les había representado el diablo. Abrieron para que ellos vieran su desnudez. Se abrieron al oprobio de ellos, para la aflicción y la agitación de sus almas, no para su honor y para su beneficio.
De esta manera, mi Cristiano, el diablo nos engaña a nosotros también. Con que colores vivos está pintando dentro de nuestra mente y en nuestra fantasía la imagen del pecado.
Hombre, no le hagas caso. No le escuches. Cierra tus ojos. Sacude tu cabeza; gira en otras direcciones a pensamientos beneficiosos tu intelecto, con el fin de ser alejada de ti esta fascinante fantasía, la cual el diablo te está presentando.
Oculta la muerte por dentro. Y este mentiroso te está presentando, que encierra la vida. Él da a luz la deshonestidad y el oprobio. Y él está tratando de persuadirte, que se convertirá para ti una causa de gloria y honor.
Ten cuidado, mi hermano. Como engaño nuestra primera madre Eva, similarmente, está buscando engañar también a nosotros. Y como atrapó en desgracia los protoplastos similarmente también nos avergonzará a nosotros los hijos y los descendientes de ellos, cuando nos obedecemos a él.
¡Que Dios nos guarde!
Los protoplastos se avergüenzan. Y están buscando cómo cubrir su desnudez, para no experimentar esta incómodo sentimiento de vergüenza.
Ellos cosieron por lo tanto hojas de higuera, porque estos son anchas y grandes, y fabricaron con estas «delantales», cinturones anchos, y con estos envolvieron y cubrieron su desnudez.
Pero si ahora Adán y Eva están experimentando el primer fruto del pecado, que es la vergüenza, después de poco probarán también el otro, el más amargo y venenoso, el miedo y el horror, es decir. Dios está a punto después de poco a aparecer a ellos y a preguntarles el motivo por su acción.
Vamos a seguir, mi lector, la narración de la Biblia para ver qué les pasó después de esa transgresión de ellos. «Y oyeron, dice, la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín del Paraíso en la brisa del día».
Ellos no escuchan truenos y relámpagos. Ellos no ven a lo lejos alguna nube y tumulto. No. Dios no viene a ellos en la multitud de Su poder y de Su grandeza. Viene como su íntimo, como persona, quien no desea asustarlos y desalentarlos.
Los protoplastos escuchan Sus pasos caminando en el Paraíso al atardecer. ¡Oh! si viniera de noche, que grande sería su terror. ¡Oh! Si eligiera Él la oscuridad de la noche para presentarse a estos culpables y transgresores el justo Señor, ¡cómo se convertirían en piedra y cómo se congelarían literalmente por el temblor desenfrenado del miedo!
Escuchan Sus pasos. Se presenta a ellos por lo tanto, como antes. En aspecto y forma humana, ya que camina como uno de nosotros y se oye el sonido de Sus pasos. Y les muestra por lo tanto la misma familiaridad, que también mostraba antes de su transgresión, cada vez que se les aparecía para enseñarles y guiarlos como Maestro y Padre cariñoso.
Pero Adán y Eva no tienen ahora el coraje a pararse y a mirar hacia Él, como miraban antes hacia Él. E inmediatamente como escucharon el sonido de los pasos del Creador «se escondieron ambos Adam y su mujer de la presencia del Señor Dios entre los árboles del jardín».
¡Que diferencia entre ahora y entonces! Una vez, cuando Adam escuchaba su Creador acercando, saltaba de alegría, exactamente como tú también te regocijas, mi lector, cuando algún persona amado y querido, con gran influencia, con reputación y gloria, viene a visitarte.
Cuando Eva percibía, que el Señor venía, se levantaría como si tuviera alas y correría a Su encuentro, como corre cada virtuosa y benevolente dama a la bienvenida de una visita honorable, agradable y modesta.
¿Pero ahora? ¡Ah! ahora. ¿Cómo se esconde el fugitivo frente a los agentes de la ley? ¿Y como se escapan dos personas que han sido pillados practicando indecencias en algún lugar escondido, donde pensaban, que nadie los estaba viendo? ¡Así es como se esconden el pobre Adán con su miserable esposa!
¡Ahora te escondes, Eva! Me gustaría ahora que se presentaría a ti una vez más esa serpiente maldita. ¿Qué te prometió, oh miserable tu, y que te paso?
Te dijo, que cuando comieras la fruta prohibida, te volverías más poderosa y más fuerte, ya que también te subirías a un trono como dios.
Y he aquí ahora, que estás temblando; estas asustada, porque puedes ver, que tu persona no está en seguridad. ¿Esta fue, por tanto, la grandeza que te prometió esta astuta y artera serpiente?
La serpiente te había dicho, es decir, el maligno, que cuando saborearías esa fruta venenosa, no morirías. Y aquí ahora, oh Adán miserable, corres para esconderte, porque temes por tu vida.
¿Qué es ese miedo, que estas sintiendo? Y esa angustia, la cual tanto tú como Eva están experimentando, ¿no se parece a la angustia esa, que domina al convicto, cuando piensa sobre la imagen de la horrible guillotina?
Os dijo que progresaríais, que creceríais, que subiríais aún más alto de lo que estabais. Y he aquí ahora, que habéis disminuido aún más; os habéis debilitado aún más y corréis como el soldado derrotado, que el enemigo está cazando, para esconderos.
¡De quien mentiroso y sin escrúpulos la boca habéis prestado atención! Y cuáles palabras engañosas y desastrosas habeis tomado por consejos para la salvación!
El astuto os ha prometido conocimiento y sabiduría. ¡Y que tontos e ignorantes aparecéis ahora, oh miserables protoplastos!
Corréis para esconderos. ¿Y por lo tanto os imagináis, que es posible esconder desde el ojo de Él, Quién se llama «Padre de las luces» y es omnipresente?
¿Y pensáis, que podréis dentro de la creación, que Él creó y sabe mejor que nadie, a esconderos, para que no pueda Él a encontraros? ¡Que tontos sois oh miserables!
Sin embargo, el miedo te hace así. El miedo os confunde, y por eso, no sabéis, lo que estáis haciendo. El miedo, que es el eterno compañero del pecado. El miedo, que nace de la conciencia en las profundidades de cada culpable. El miedo al castigo, que la Justicia del Gran Juez está reserva para el transgresor.
¡Ah, maldito pecado! Nos estás avergonzando, y nos estás deshonrando. Nos estás asustando y nos estás intimidando. Y sin embargo nos pegamos sobre ti como las moscas en la miel, que encuentran su muerte. Nos arrastras y nos mantienes magnetizados y cautivados, al igual que algunas serpientes venenosas, los cuales al utilizar su magnetismo magnetizan a sus víctimas, que luego devoran!
Adán ahora no corre para encontrar a Dios. Y como consecuencia natural entonces Dios lo invita. ¿Dónde estás, Adán? Él le dice.
Y por supuesto Dios sabía muy bien, donde Adán estaba y en que condición se encontraba.
Pero como Educador más misericordioso, Quien apuntaba en incitar a Adán a confesar por su cuenta su error para aceptar después el castigo para rectificación y arrepentimiento, Dios se presenta a Adán como si no supiera Él, donde estaba y que estaba haciendo.
«Adán, ¿dónde estás?». ¿Dónde estás Adam? El Dios misericordioso busca Su cordero, que se descarrió. Y corre a buscarlo y a salvarlo de la pérdida segura, hacia la cual está caminando solo.
Dios lo está llamando. Del mismo modo, mi lector, Dios esta llamando cada pecador también. Busca salvarlo. Él tiene como objetivo guiarlo al arrepentimiento y al restitución.
Y todos estos pensamientos y las exhortaciones al arrepentimiento, que se están oyendo en lo más profundo de nuestras almas después de nuestro pecado, todas las reprensiones de nuestra conciencia y todos sus reproches es la voz de Dios, la invitación, que nos envía, como lo hizo en ese entonces a Adán también.
«Adán, ¿dónde estás?». Dios lo está llamando. Y esto es una manifestación de compasión y simpatía del Juez hacia el transgresor.
¡Oh pobre Adán! Se había desviado hacia el mal. No lo había inventado él mismo, como hizo Lucifer en otros tiempos. Si lo hubiera inventado por su cuenta, ya no existiría cualquier esperanza de recuperación y salvación para él.
Pero ahora la serpiente lo engañó; le representó el mal como bueno; el astuto lo defraudó a través de la intermediación de su querida Eva.
Y apenas antes de que él pudiera darse cuenta, fue encontrado contra Dios y enemigo de Dios. Por esta razón ahora el amor de Dios refrena su justicia y no la deja aplastar y entregar a la eterna muerte psíquica el culpable y transgresor.
Y por esta razon Dios viene ahora para castigar, sí, a Adán, pero también para dale al mismo tiempo también la esperanza, que vendrán para él y para sus descendientes días de alegría y verdadera felicidad.
«Adam, ¿dónde estás?». Adán se va. Adam se esconde. Y si Dios no lo buscaría, él continuaría fugaz y escondido. Si el buen Pastor no buscaría para encontrar Su cordero perdido, este continuaría extraviarse y estar perdido.
Y así, por lo tanto, mi hermano, si el Padre de la misericordia y de la compasión no vendrá a buscarnos, si Él no inspira en nosotros sentimientos de arrepentimiento y pensamientos de devoción, es imposible arrepentirnos y salvarnos.
La obra de la salvación de nuestras almas Él lo inicia y Él lo lleva a su fin el Dios benevolente. Y en cuanto a nosotros, en este trabajo no hacemos nada más aparte de responder con nuestras débiles y flojas fuerzas nuestras, mostrándonos dispuestos para recibir de esta energía divina el impacto y al cooperar nosotros también, por lo que depende de nosotros, para la favorable de esta obra que salva vidas la terminación.
Dios está llamando a Adán, como se dijo en la narración anterior, y Adán responde. ¿Y qué dice?
«Oí tu voz caminando en el jardín, y tuve miedo, porque estaba desnudo, y me escondí». Oí, dice, el sonido de tus pies. Oí tus pasos caminando en el jardín y el miedo se apoderó de mí, porque estoy desnudo. Por eso corrí y me escondí.
Oye venir a Dios. Pero él está desnudo. Esta desnudo no solo en el cuerpo, sino también en el alma. El esta desnudo, el es culpable y por esto tiene miedo.
Y sin embargo, Dios todavía viene a Adam como un Padre, a Quien Adán de verdad despreció a través de su desobediencia, pero un Padre que siente y simpatiza y está preocupado por su cordero que se descarrió.
Digo esto, mi lector, para que contemples y consideras el miedo y el terror que sentirán, todos los que murieron en sus pecados, durante ese día terrible de la justa retribución.
Entonces Dios no vendrá como un Padre. Él vendrá como Juez implacable, ya no para disciplinar y para buscar a los pecadores, sino para castigar y condenarlos a la eternidad.
No vendrá como uno de nosotros caminando en el paraíso y paseando como si fuera algún hombre. Vendrá sentado en las nubes del Cielo. Vendrá acompañado por todas las tropas de Sus ángeles y estará rodeado por toda la magnificencia de Su poder. ¡Oh! ¡qué hora formidable y que dia terrible!
«Y entonces harán duelo todas las tribus de la tierra». Estas tribus, que despreciaron en esta vida el juicio del Juez Justo; que no tuvieron en cuenta ese gran día del juicio, golpearán sus pechos en duelo. Lacerarán y tirarán en agonía las mejillas de su rostro. Entonces se lamentarán inútilmente y sin ningún beneficio.
¡Y qué cosa más terrible! Verás entonces reyes y magnates y tribunos y hombres poderosos, donde en solo la audiencia de sus nombres en otros tiempos la gente de la tierra temblaban y gemían, los verás ahora desnudos.
Desnudos de su gloria y de su influencia; desnudos de su riqueza y de sus escoltas; desnudos de cada disculpa y justificación; desnudos y convictos frente a ese terrible juicio, donde como juez no se sentará algun hombre, sino el mismo grande y eterno Dios.
Otros temblaron frente a ellos una vez. Y ahora tiemblan ellos mismos. Una vez sus subordinados se escondieron a la hora de su enfado, y ahora se esconden ellos mismos. «Y dicen ellos a las montañas ya las rocas; Venid y caed sobre nosotros y escóndenos del rostro del que está sentado en el trono y de la ira del cordero».
Probablemente te asusta, mi lector esta imagen y esta representación. No tengas miedo. No estés confundido. Pero solamente cuidate ahora, mientras haya tiempo, a preparar vestido brillante y reluciente, con el que te encontrarás cubierto durante ese día terrible.
Trate de no ser encontrado desnudo. Y para no ser encontrado desnudo, no necesitarás, por supuesto, esta ropa exuberante y cálida, que de lana o de seda fabrican en este mundo los descendientes de Adán. Y tampoco te servirán esos gruesos abrigos de piel con los cuales durante la época de invierno buscan protegerse de la helada la gente.
Uno y sólo es el vestido que es útil para todos y necesario, y para todos lo mismo. ¿Sabes cuál es? La justicia de Jesucristo. Todos ustedes que han sido bautizados en Cristo, nuestra Iglesia está cantando, habéis sido vestidos el Cristo.
Vístete de la virtud de Cristo, la santidad de Cristo, la nueva forma de vivir, que Él nos mostró y la cual Él mismo primero vivió, el Cristo.
Vístete, oh Cristiano. Vístete con las virtudes, las cuales Cristo te pide que te vistas. Desnuda tu alma de los defectos y las maldades y decorarlo con la perfección de las virtudes, que Cristo tenía. Y solo entonces estarás vestido. No estarás desnudo. Y como no estarás desnudo, no serás abrumado por ese terror, de lo cual hubo abrumado el Adán desnudo.
Estoy desnudo, dice Adán, en su respuesta hacia Dios. ¿Pero entonces quien te ha informado y te lo ha dado a conocer que estas desnudo? Esta es la pregunta, que pone a nuestro antepasado el Creador.
Estar avergonzado, Adán, el hecho de sentir y de entender, que estas desnudo, es el resultado de una causa perniciosa y desastrosa. Algo más sucedió primero y luego siguió la vergüenza, que estás ahora experimentando.
Y porque dudas y tu lengua esta atada por la vergüenza y el miedo y lo estás pasando mal para confesar el mal, que sucedió, Yo te ayudaré en hacer esta confesión tuya Yo, tu Moldeador y tu Creador.
Ya que te sientes que estas desnudo y ya que te estás experimentando ese miedo y esa vergüenza te pregunto; ¿acaso has comido «del árbol del que te mandé que no comieras?».
¿Has comido entonces de ese árbol, del cual Yo, tu Moldeador, tu Creador, tu Benefactor, te prohibí a comer? ¿Has comido de la fruta de este árbol, el único del cual te ordené que te alejaras?
¿Y abrogaste por lo tanto Mi propio mandamiento, un no tan riguroso mandamiento, ya que de los tantos arboles que el Paraíso tiene, para solo uno te he puesto una prohibición para acercárselo? «¿Quién te ha anunciado, que estas desnudo, si no el mismo árbol, que te ordené de esto solo a no comer, y de este árbol tu has comido?».
Y Adán no se atreve a negarse. ¿Quién puede esconderse de la omnisciencia de Dios, para que Adán consigue esconderse? ¿Y quién podría engañar a Dios para que Adán también lo engañe?
Pero Adán busca protegerse a sí mismo con una excusa sin sentido. No niega su acto, como su causa sin embargo considera su propia esposa, esa mujer, la cual Dios le había dado como compañera y asistente en la vida.
«La mujer, dice Adán, que me diste, ella me dio de ese árbol, y comí».
En otras palabras Adán la transgresión del mandamiento la considera como un acto, por el cual ese mismo Dios no es completamente irresponsable.
Es como si Adam dijera: Eva me sedujo. ¿Y cómo fue Eva encontrada? Tú, el Moldeador y Creador me la dio. ¿Por qué me la diste?
¡Oh miserable Adán! Dios te dio a Eva, para no estar solo. Él te la dio, para hacer tus días mas agradables y más alegres.
Él te la dio, para que la tengas como asistente en tu vida. Él te la dio, y cuando te la estaba dando, tú también sentiste la benevolencia, que Él te hizo y con gratitud gritaste: «Ahora, esta es hueso de mis huesos y carne de mi carne».
¿Quien te dijo ahora, que deberías ser enseñado por Eva y luego conceder a ella el privilegio del liderazgo, que Dios te había dado sobre ella? ¿Y quien te enseñó a preferir la sugerencia de Eva que el mandamiento de Dios?
¿Y de quien es la culpa, si tu, quien, como mayor que estabas y como cabeza de Eva deberías ser también su maestro y su guía, has olvidado tu lugar y te has dejado ser extraviado por tu mujer a la abrogación del mandamiento de Dios?
Después del examen y el interrogatorio, el cual Dios hizo a Adán, se vuelve hacia Eva. Él la pregunta: «¿Por qué hiciste esto?». ¿Por qué hiciste esto? Y ella responde: «La serpiente me engañó».
La serpiente te engañó, es decir, el Astuto! Te engañó, porque le diste mas atencion a las palabras de la serpiente que a las palabras de tu Creador. Y así tu sola te engañaste a ti misma. ¿Por qué intentas ahora cargar el peso de tu pecado a la serpiente?
¡Ah! ¡pobre pecador! Te gusta experimentar y disfrutar el goce del pecado y el placer engañoso. Y con todas tus fuerzas tu chupas el vaso que el pecado te ofrece. Y aprietas los labios para que no te escape ni siquiera una gota de esa miel mortal.
¿Pero luego? Luego buscas sacudirla por encima la responsabilidad. El deleite y el placer lo quieres y lo buscas. La infamia, la vergüenza, la blasfemia el pecado lleva consigo, intentas sacudirla.
Del mismo modo aquí también Eva con Adán. Primero comieron la fruta. Probaron su dulzura letal. Y intentan ahora a evitar y a quitar la responsabilidad de sus hombros. Esfuerzo en vano y cuidado inútil!
Y fíjate, mi lector, de cómo el pecador se refugia a excusas tontas. Adán arroja la responsabilidad a Eva y Eva arroja el peso a la serpiente.
E incluso hasta hoy, cuando sucede que alguien nos regaña, nosotros los hijos de Adán, por alguna desviación nuestra y por algún defecto nuestro, inmediatamente buscamos a disculparnos, a encontrar alguna mitigación, algún pretexto bajo el cual a encubrir nuestro error. Una herencia realmente mala nos ha dejado nuestro antepasado Adán.
Cuánto mejor sería, Adán, y cuánto más beneficiada serías, oh Eva, si en ese momento, que vuestro Creador os estaba hablando, os inclinaríais ante Él y con el corazón humillado asumiríais la culpa por todo el peso del pecado, os habíais cometido y pediríais su misericordia.
Por supuesto os iríais del Paraíso. Porque una vez os habríais ofendido la grandeza de Dios, era justo que seríais castigados. Vuestro castigo sin embargo sería más ligero.
¿Qué puedes ganar tu, mi hermano, pecador como yo, con las tontas excusas para tu pecado? Te sirve mejor si dejas la cabeza caer y sin ninguna obstinación di el «he pecado».
Deberías decirlo desde el interior de tu corazón. Deberías decirlo honestamente. Deberías decirlo estando convencido, que tu tienes todo el peso de la culpa y toda la responsabilidad por tu desviación.
De esta manera hay una mayor certeza, que la corrección será más segura y breve y que la misericordia de Dios vendrá generosa sobre tu alma pecadora para blanquear y santificarlo.
Fin del capítulo 4